
DANIEL MARTÍNEZ
Hace ya unos meses, más de medio año, se presentó en la última Feria Nacional del Libro de Zacatecas un libro que se me resaltó entre los demás mientras por aquellos días exploraba el catálogo de presentaciones: uno de portada blanca, de un autor de apellido Blanco. El libro se llamaba 1966. El año del nacimiento del rock, y el autor, Alberto. Era un título ya de por sí atractivo, pero lo que más llamó mi atención fueron las formas que se distinguían en esa portada blanca: era la cubierta del Revolver de The Beatles, pero entre las melenas de los “fab four” distinguí a algunos otros músicos: Jimi Hendrix, Bob Dylan, Mick Jagger, Keith Richards, Frank Zappa y Brian Wilson andaban entre las cabezas de Lennon, McCartney, Harrison y Starr. Para esos momentos era una novedad editorial que tenía un par de meses de haber salido. No pude ir a la presentación ni obtener el libro, pero recientemente lo adquirí y el viaje fue como lo esperaba: entretenido, fascinante, colorido, alucinante.
Siempre he tenido la opinión, muy personal, cuando me preguntan cuál es “la mejor década” de la música (popular), de que es la de los sesenta (pero quizá no sea necesariamente una década marcada por las mismas decenas, creo que puede ser del 65 al 75). Más en concreto, su segundo lustro; y más específicamente, el 67. Cuando empecé a explorar esa década, quedé asombrado de la cantidad de discos emblemáticos que salieron en ese año. Por mencionar algunos: Magical Mistery Tour y en especial Sgt. Pepper’s, de The Beatles; The Piper at the Gates of Dawn, el primero de Pink Floyd; uno de los mejores debuts que conozco: el álbum homónimo The Doors, y el segundo de la banda, Strange Days; Are You Experienced?, de Jimi Hendrix; The Velvet Underground & Nico de The Velvet Underground, Disraeli Gears de Cream, Surrealistic Pillow de Jefferson Airplane, Sell Out de The Who, Their Satanic Majesties Request de The Rolling Stones; otro debut epónimo, Procol Harum… Y a todos estos se pueden agregar varios más, quizá de menor importancia. No por nada Alberto Blanco llamó a 1967, “año mirabilis”.
Pero para que pudiera darse el milagro de 1967 y el crítico 1968, tuvo que darse el año de la eclosión, el origen, el nacimiento de lo que conocemos como rock: 1966. El álbum base, como es de esperarse, es el Revolver; los otros tres pilares son el Pet Sounds de The Beach Boys, el Blonde on Blonde de Bob Dylan y Freak Out!, de Frank Zappa & The Mothers of Invention. Estos conformarían la tétrada de discos fundamentales, el “poker de ases” de aquel año axial, “luminoso y augural”, a decir del ensayista mexicano.
Del Pet Sounds refiere Alberto Blanco que fue una obra maestra de la composición de Brian Wilson, con un sinfín de innovaciones técnicas en la grabación. En parte impelido por el Rubber Soul de The Beatles, se propuso superarlos. Y lo logró: cuenta que, apenas salido el disco, John Lennon le llamó por teléfono para decirle que el suyo era “el mejor álbum de todos”. Pero “poco le duró el gusto a Brian Wilson por haber superado a los Beatles con su Pet Sounds. Cuando escuchó Revolver comprendió de inmediato que los cuatro de Liverpool habían elevado una vez más la marca de salto de altura”. En su afán competitivo, se propuso hacer una nueva obra maestra: Smile. “Pero cuando escuchó por primera vez en la radio ‘Strawberry Fields Forever’ tuvo que hacer su auto a un lado, apagar la máquina y comenzó a llorar como un niño. Apenas si atinó a decir entre sollozos: ‘Ellos llegaron primero’”. Más adelante añade: “Revolver hizo girar —revolver, revolucionar— la música popular de muchas maneras (…) Creo que no es una exageración afirmar que en torno al centro de Revolver giran los años sesenta”.
1966 fue el año de la verdadera renovación, revolución y rebelión. Fue en este año en el que los músicos comenzaron a disfrutar de mayor libertad creativa, sin tantas limitaciones de mercado. Dado este escenario, fue como se echó a andar un alucinante despliegue de talentos geniales, con Wilson, Dylan, Zappa y Lennon-McCartney a la cabeza. Alberto Blanco resume esto en un par de párrafos:
“(…) el desafío para el compositor pop es reflejar los conflictos de la vida real en una canción y aun así ofrecer la resolución satisfactoria que requiere la música pop. Dylan lo consiguió muchas veces mediante la ironía en las letras. Zappa hizo otro tanto, hasta llegar al más flagrante sarcasmo.
Por su parte, Brian Wilson se apoyó más bien en el manejo de armonías y timbres inusuales en la música pop, que resultaron ser revolucionarios. Wilson era prácticamente sordo de un oído, pero aun así desarrolló composiciones de una complejidad asombrosa. “Brian Wilson tiene un solo oído —llegó a decir Dylan— pero debería estar custodiado en el Smithsonian”. Frank Zappa, además de sus corrosivas y cáusticas letras, exploró un sinfín de opciones musicales que más tenían que ver con la música clásica y contemporánea que con la popular. Y los Beatles se valieron de todo: desde la maestría de George Martin en el estudio de grabación, pasando por la increíble musicalidad de McCartney y la cada vez más original y sorprendente de Harrison, hasta las innovadoras letras de John Lennon”.
En cuanto al título del libro, también es muy claro el autor. Antes de este año, no se había hablado de “rock” como tal en tanto forma musical específica. Se empleaba el término como una especie de abreviatura de rock & roll. Se hablaba de muchas cosas, como “pop”, “ola inglesa”, “rock & roll” y nombres importantes como Stones, Byrds, Animals, Kinks, Ray Charles, James Brown. “Pero no fue sino hasta 1966 que comenzó a hablarse de rock (…) El año 1966 es la hora cero en el reloj del rock”. Y para demostrar la afirmación del nombre del libro, el autor enumera treinta y seis razones, entre las que destacan: el fenómeno del baby boom, la revolución sexual producto de la píldora anticonceptiva, prosperidad y aumento de la capacidad adquisitiva, cambios tecnológicos y económicos, aumento de disqueras independientes, Vietnam, la radio FM, el uso de la minifalda y el cabello largo, el cambio del epicentro musical de Europa a América, y un sinfín de innovaciones musicales a cargo de la pléyade de genios que convergieron en ese año y los siguientes. Nuevamente: 1967 fue la apoteosis, pero 1966 fue el génesis, la explosión y la proliferación.
Pero el libro no habla sólo de estos dos años. Es un trayecto que va desde “la prehistoria” del 63, “los ancestros” del 64, “la gestación” del 65 y termina con el “año crítico” del 68 y el “fin de fiesta” del 69. Todo un viaje por la cultura y el escenario musical de la década que para varios es nuestra favorita, sin duda una de las más importantes y en la que la música popular alcanzó un pico que difícilmente se volvió a igualar. Hay que leerse todo el libro para darse el viaje completo. Y como dato curioso, contiene dieciséis geniales ilustraciones del artista Luis Fernando Enríquez, que habían figurado como portadas de la revista zacatecana Dos filos, con sus respectivos agradecimientos a José de Jesús Sampedro.
Hasta la próxima.