ALEJANDRO GARCÍA
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Como Hamlet, como el Quijote, Ulises, de Joyce, amenaza con convertirse en una especie de referente para apreciar o incorporar a uno como lector o espectador. No me sucede con Guerra y paz, no me sucede con Los Miserables, grandes obras. Iba a utilizar la palabra plantilla, pero se trata más bien de una no estructura fija, tal vez una red que lo mismo atrapa que deja ir. Hamlet y su peregrinaje a través de los rincones de palacio y los signos que le hablen de la suerte de su padre; Quijote y su caminata en busca de desfacer entuertos, entre no culinarios duelos y quebrantos. El drama y la comedia, la seriedad y la risa.
Lo de la plantilla es importante porque hay un buen trecho de trabajo convencional o de bronce en torno a Shakespeare y a Cervantes. El Instituto que lleva el nombre de este es un buen ejemplo de la explotación, con piel de empresa cultural que trabaja como trasnacional, de un escritor como marca registrada. Las obras han mantenido su contacto con los lectores.
Me pregunto si en el caso de Ulises habría que decir que buena parte de su incorporación tiene que ver con el matiz de la rutina y las partes inferiores del cuerpo humano, que ocuparon a los censores durante los años previos y posteriores a la publicación de la novela: comer y defecar, amar y coger y el pensar y decir eso. Escribirlo. Caminar al fin de la jornada mientras un caballo tira mierda en el camino, mierda que el mismo animal apisonará.
La punta de esta hebra argumental tiene que ver con ese espejeo que uno hace cuando se enfrenta a una obra de arte. Me explico, traigo en la mente Ulises de Joyce y el Bloomsday. Me meto a la Cineteca Zacatecas y veo “Donde duermen los pájaros”. Para un semizacatecano como yo el filme es un recorrido por la ciudad de Zacatecas y mi primera reacción es tratar de localizar esos lugares, desde el muy cercano, a mi casa, COBAEZ, hasta la zona aledaña a las hélices en el Cerro de la Virgen, desde adivinar la Alameda entrevista por una esquina del quiosco hasta algo que no sé si es la Cañada de la Virgen o dudo entre la Encantada o la Presa de Infante, uno los distantes lugares, inconexos entre el muro de acceso y la llegada a la cornisa del Prometeo.
ii
Poco a poco paso a otra etapa, cuando mi obsesión del Bloomsday y de identificación locativa se unen: este es el recorrido por una ciudad, así como Dublín lo fue para Bloom y Dedalus y para Joyce y sus lectores primarios y sus lectores que solo saben de ese viaje a trasmano.
Leo es un adolescente, está en la Preparatoria. Vive con su madre, atenta a las comodidades, pero rebasada en los tiempos de tratar al hijo. Sufre por las noches, lo perturban malos sueños, y su grupo de contacto está contaminado por un raterillo que lo explota y lo mete en un lío de venta de objetos robados. La madre lo saca del lío, pero él más bien busca la figura paterna, la cual está enfrascada en otra relación.
Leo se mueve por la ciudad y además del contacto de menos a más con el padre, tiene la compañía de una chica, estudiante de francés en el Centro de Idiomas y de un joven aficionado a la patineta. Entre las pesadillas, la presencia de un caballo en la oscuridad con la presencia del papá, los paseos por la ciudad innombrada, este Dedalus del siglo XXI, conoce de su amiga el lugar donde duermen los pájaros, muy cerca de un Prometeo, liberador del fuego. La nueva mezcla surte efecto, no para un final feliz, sí para una validez del viaje, un beneficio a través del camino oscuro e incierto. Por lo demás, no habrá posibilidad de redención total, “Y comieron perdices y fueron eternamente felices”, pero si un cierto respiro al determinismo de este primer cuarto de siglo: se perderá en la delincuencia organizada, morirá en el anonimato, no habrá tenido vida.
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En el capítulo del Ulises que las ediciones actuales señalan como 16, Bloom y Dedalus han dado paso al nuevo día después de un atormentado desencuentro con los amigos de la torre del capítulo inicial. Bloom no quiere dejar ir a Dedalus, quien no tiene a donde ir: ha reñido con los amigos, ha perdido la llave de la torre y es imposible que vaya a la casa paterna. Bloom tampoco está muy seguro de llevarlo a casa porque la señora Bloom suele tomar de manera descortés las sorpresas y las interrupciones de su sueño, que más tarde sabremos en realidad están ocupadas por el monólogo interior. Bloom también recela de huellas de visitas a su mujer.
En el Refugio del Peregrino, atendida por un señor de legendaria fama, conviven en torno a bebidas calientes y bocadillos, seres marginales que hacen su propia y no contada en novela, jornada de 16-17 de junio. Entre ellos sobresale un marinero, dícese, que cuenta de una tribu de indios peruanos caníbales que comen cadáveres y el hígado de caballos. El relato no está acompañado de pruebas correspondientes y Bloom y Dedalus conversan, invadidos e invasores por la irrupción de otros personajes o voces, de la situación judía, del destino de la literatura. Salen a eso de la una y Stephen canta una canción alemana, mientras un caballo pasa y caga atada a una carreta que al parecer apisona el camino para la jornada siguiente.
Ahora el viaje de Bloom por Dublín es paralelo al viaje de los lectores de Joyce por los lugares de la ciudad irlandesa que sirvieron de pista para los acontecimientos del 16 de junio de 1904, el mismo día que Joyce conoció a su mujer. Trasladó la fecha. Comenzó el grandioso artificio literario. Allí voy yo, lector del siglo XXI, después de ir una y otra vez sobre el Ulises, a veces con éxito, la mayoría de las veces en mis pinitos, con fracaso. Bloom limpia un poco a Stephen que está caído al principio del 16, después lo lleva como una especie de padre incompetente (no es su padre y la conversación de joven es de altura). Allí vamos por Dublín, por Zacatecas, por León, por Culiacán, por Salsipuedes, por la ciudad mental que hemos construido, ciudad imaginaria e invisible de Calvino, en busca de caballos, pájaros, en la pesadilla, en el solidario contacto, aunque la soledad rifa, intentando escapar al determinismo.
Stephen divaga en el laberinto (infografía)