JORGE ANDRÉS GARAVITO CÁRDENAS
“La historia es una pesadilla de la que trato de despertar”.
James Joyce, Ulises, 1922.
Y no tienen vergüenza de nada, claro que no, porque es verano y ahí está el sol, ese sol que nos golpea con su calor, derramándose sobre este pueblo alemán tan frío, tan apartado del mundo, como queriendo darnos una bofetada de realidad, pero ni así, ni con todo su empeño logra deshacer esas negras nubes del pasado que se arremolinan en el cielo y que nosotros, con esa memoria tan selectiva, nos empeñamos en olvidar. Y yo aquí, vagando por estas calles alemanas con el sol pegado a mis hombros como un castigo divino, porque qué més podría ser, un sol que intenta calentarnos pero que no puede despejar esas sombras, esos carteles que claman por la “remigración” y la intolerancia, como si estuviéramos en una fiesta grotesca de odio y estupidez, pero qué fiesta es esta, qué banquete de absurdos, cuando Europa se hunde en su propia falta de memoria, Europa se está pudriendo en el olvido de su propia historia, esa que no quiere recordar porque le duele demasiado, claro, mejor seguir adelante, ¿no?, como si nada hubiera pasado.
Y ahí estoy yo, caminando por Braunschweig o por Salzgitter, da igual, todas esas calles que huelen a resignación, sintiéndome como una Molly Bloom del siglo XXI, hablando con el viento porque, ¿quién me va a escuchar en este rincón tan lejano, tan perdido? Y claro, Joyce, tú también viviste en un tiempo de fascismos nacientes, qué coincidencia tan horripilante, ¿no? Y yo, que me exilié huyendo del odio y la ultraderecha latinoamericana, llegué aquí, al auge de eso mismo. Es que de la violencia parece que no se puede huir, al menos no nosotros, los latinoamericanos nacidos en la búsqueda de un profundo cambio democrático, que ven con miedo los gigantes del horrible orden mundial. Yo estoy aquí, deseando gritar en contra de esta ola de odio que parece querer tragarnos a todos, porque es que da risa, da una risa amarga pensar que seguimos en el mismo juego, con Nietzsche y su eterno retorno mordisqueándome las orejas, diciéndome que la historia es una broma de mal gusto, una que nos negamos a entender.
No estaré en Irlanda este 16 de junio, no estaré caminando por Dublín en el Bloomsday, pero si estuviera allí, me aterraría igual, porque Irlanda también forma parte de esta Europa que se consume en su propia extrema derecha, como un fuego que se aviva con el odio y la ignorancia. Y esos políticos, esos charlatanes que se hacen elegir prometiendo evitar una guerra mundial contra Rusia mientras alimentan el racismo y el odio en la gente, es que es de carcajada, ¿no?, porque si no pueden pelear contra un enemigo grande, siempre buscarán a los pequeños para desquitarse, para sacar su frustración y su miedo. Miro a los países donde ganó la extrema derecha y veo que ganaron los partidos que se opusieron a enfrentarse a Rusia, y donde ganó la izquierda fue porque se colgaron de la bandera antibelicista también, como en Bélgica o en Finlandia. Entonces no ganó la extrema derecha, me digo, no, ganó la oposición a un conflicto internacional, pero luego veo esos carteles infames que piden la expulsión de extranjeros y me dan ganas de vomitar.
De qué han valido tantas marchas, llamando a tomar consciencia, a frenar el horrible genocidio en Palestina, a poner atención a las guerras en África, a detener el avance de los neonazis como la horrible AfD. ¿De qué han valido las masivas manifestaciones, tomas de parques y universidades? Los enfrentamientos contra la policía y el reclamo por entender que estamos reviviendo el peor monstruo que acechó la primera mitad del siglo XX. Dice Stephan Dedalus: “La historia es una pesadilla de la que trato de despertar”, en el Ulises, por allá en 1922, hace más de cien años, aunque no parezca. Pienso en Americanah de Chimamanda en estos momentos, porque en ese libro veo tantas voces, tantas perspectivas diversas, esas que Joyce también quiso atrapar en sus obras, con sus personajes tan complejos y variados, sí, Joyce, tú y tu obsesión por la mente humana, abriste el camino para que los marginados tuvieran un lugar en la literatura, y ahora autores como Chimamanda siguen tu labor, dando voz a los silenciados. Y la abstención en estas elecciones al europarlamento, ¿eh?, alarmante, llegando al 51%, y me intento convencer de nuevo: no ganó la derecha, ganó la apatía, ganó el desencanto con unas instituciones que se preocupan más por blanquear los discursos fascistas y favorecer los intereses de los multimillonarios del mundo. Pero sigo aquí, no puedo dejar de ver esos letreros que ponen calaveras junto a frases que piden la expulsión de los nacidos aquií, qué ironía, ¿no?, porque cuando llegue el momento, serán ellos los que tendrán que emigrar, buscando refugio, como los mismos que ahora tanto desprecian.
Así que sigo caminando, con el sol y las sombras, con las nubes del pasado y el temor al futuro, esperando que las palabras de Joyce y de todos aquellos que se atreven a hablar en contra del odio nos inspiren a resistirnos a esta oscuridad que amenaza con devorarnos. Porque necesitamos esa promesa de un mundo más compasivo y tolerante, más que nunca en este momento, aunque claro, con este panorama, más que una promesa, parece un chiste de mal gusto. “La historia es una pesadilla de la que trato de despertar”, dice Stephen, pero ese mismo libro también dice: “No podemos cambiar de país (mundo). Cambiemos de tema”.
El poeta y el cabalista de izquierda (infografía)