
ENRIQUE GARRIDO
¿Acabaré la columna? Debo admitir que siempre llego al límite, con la combinación de estrés y adrenalina por tener que entregar. No sé si sea sano, pero así me acostumbré. ¿Me gusta sufrir?, tal vez; mientras no experimente con arneses y látigos, creo que es lo más cerca del placer y dolor por igual. En gran parte es porque establezco una serie de diálogos conmigo mismo para llegar a conclusiones e ideas, pues la escritura, al menos la mía, tiene algo de confesional, de conversación. Alguna vez escuché a Xavier Velasco decir que uno escribe para explicarse el mundo a uno mismo.
De acuerdo con Jaime Moreno Villareal, en una carta de 1865, el poeta Stéphane Mallarmé describe su crisis así: “Siento desazón por mí mismo: me retiro ante los espejos, al ver mi rostro degradado y extinguido, y lloro cuando me siento vacío y no puedo arrojar palabra sobre mi hoja de papel impecablemente blanca”. La escritura tiene algo de espejo, refleja, y por lo tanto duplica.
La idea del doble en la escritura, junto con toda la ansiedad y angustia, se muestra en la película Adaptation, o El ladrón de orquídeas, dirigida por Spike Jonze y escrita por Charlie Kaufman. En ella, Kaufman se desdobla como personaje, y agrega a un hermano gemelo llamado Donald, interpretados por Nicolas Cage. Pese a que en la cinta se presenta como un ente diferente, por el estilo metanarrativo de Kaufman, además de la esquizofrenia de los que escribimos, sabemos que es él mismo.
Como siempre he pedido cadalso a quienes “espoilean” las películas, no daré detalles sobre el final, sin embargo, a mi modo de ver la trama refleja a la escritura como un duelo con uno mismo. Donald encarna las concepciones más sencillas y prácticas de la escritura, además de comerciales, mientras que Charlie busca profundidad, integridad; Donald avanza, Charlie se estanca en un angustiante bloqueo creativo entre el deseo de trascender la fórmula y la urgencia de cumplir con expectativas externas.
La parálisis creativa debería ser motivo de incapacidades en las oficinas, pues asfixia, altera, estresa, nos pone de malas. El acto de escribir, o crear, alberga una dualidad: liberar y paralizar, la cual se puede manifestar en dos personalidades que constantemente están en tensión. Si lo vemos como Kaufman, mi doble, al que podemos llamar Ricardo Jiménez, tal vez sea el responsable de lo que se ha escrito hasta este momento, al tiempo que Enrique Garrido está escondido en posición fetal debajo del escritorio, o revisando los tratados de escritura, manuales de redacción, buscando la manera de sonar profundo. Para Ricardo es simple, para Enrique es un martirio.
Ver a Ricardo teclear sin parar, sin detenerse a pensar qué opinarán los demás me da una paz interna, casi sanadora, pues a él no le importa, total, todos tenemos un Enrique que cree saber más que los otros, que busca ideas complejas para parecer inteligente, y es el más patético crítico de lo que Ricardo hace; aunque no perdamos de vista que Ricardo necesita a Enrique, para que le muestre sus límites, y lo obligue a ir más allá.
Tal vez si Mallarmé se hubiera reconciliado con su reflejo, pese a su crisis, hubiera arrojado más palabras (“arrojar”, qué bonita forma de ver la escritura), pero nos falta contexto para una afirmación. Por mi parte, aprendí al aceptar a mi doble creativo que se puede avanzar con ideas auténticas, mientras uno avanza, el otro vigila; uno profundiza, el otro simplifica. Al final, la escritura profunda y la satisfacción ajena no son excluyentes, sino polos en comunión en un único acto creativo.