Por Enrique Ricardo Garrido Jiménez*
Los inicios son complicados. Siempre lo pienso cuando debo empezar una colaboración, o escribir un texto. ¿Con cuáles palabras iniciar? ¿Cómo enganchar al lector? Algunos escritores dicen que la primera frase es la más importante, pues a partir de ella se decide si se lee completo un texto o se abandona. Para Salvador Elizondo, ésta debía condensar toda la esencia del escrito, pero sin revelar la sorpresa, el giro de trama, el “asesino es el mesero”.
Quizá, es mejor empezar de manera espectacular, desde el vacío, como en la Biblia: “en el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra” (Gen, 1: 1-2), y todos confundidos vamos poblando, armamos el paraíso, ponemos a Adán, le sacamos una costilla, metemos a Eva, luego una manzana (o higo, depende la traducción), luego los echamos, tienen hijos, se matan entre ellos y ya no es emocionante, entonces…un diluvio.
Por otro lado, tal vez convendría partir de la “singularidad”, luego una explosión (el gran pum), y de allí liberamos una cantidad inmensa de energía y se comienza a expandir el universo, permitiendo la formación de partículas subatómicas, átomos, estrellas y galaxias, las cuales, a lo largo del tiempo, se agrupan en cúmulos y supercúmulos formando la estructura a gran escala del universo. Y, en un pequeño planeta, empieza la vida, sale del mar, evoluciona, se convierte en dinosaurios, éstos son chéveres, pero ya no sabemos cómo seguir, por lo que…un meteorito, y reiniciamos todo.
Y es que a veces hay que gritar para que las cosas empiecen; baste recordar que hace unos días se celebró un aniversario más del llamado “Grito de Independencia”, que no sabemos si hubo más gritos que independencia, pero, si no lo hacían ni quien los oyera. Sin embargo, ese grito sigue y sigue, y ahora suena en África occidental, quien debe gritarle a Francia para que entienda.
Ahora bien, no hay que perder de vista que todo inicio tiene algo de melancólico, pues tiene su final implícito. No hay uno sin el otro, como la vida. Entonces entendemos a Juan quien dijo: “Al principio era el Verbo” (Juan 1: 1), y la tramitación tarda 13 versículos para afirmar: “Y el Verbo se hizo carne” (Juan 1: 14), y crucificamos al Verbo (como si fuéramos la RAE), y nos lo comemos en vigilia, “para más placer” diría Homero Simpson. Al fin y al cabo, si tiene carne y se mueve, tiene vida, y todo lo que nace (empieza) debe morir (terminar), cumpliendo el ciclo natural.
Finalmente, no hay mal que por bien no venga, ni tampoco que dure cien años (incluso el PRI, que parecía el Mumm-Ra de la política mexicana, tuvo un esperado final), de modo que este desvarío llega a su fin; no obstante, y gracias a las buenas gestiones de Karen y Eduardo, se empieza una colaboración en el gran medio puntos suspensivos, lo que significa que lleva implícito un inicio complicado…
Excelente inicio, me «engancho». Felicidades!