GIBRÁN ALVARADO
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Siempre será interesante observar al otro, tener, al menos, una perspectiva de lo que son los demás. El espejo del ser humano, el reflejo y la mirada otorgan la posibilidad de acercarse a las realidades que desconocemos. Obvio hay dos caminos, el prejuicio, el lugar común, la visión sesgada o superficial y el acercamiento crítico, para éste, es necesario tener más elementos disponibles para el análisis y quizá una perspectiva neutral. En el caso de Roberto Rossellini, hombre de su tiempo y con ideales católicos, es evidente que se deben tener en cuenta estos aspectos al acercarse a varias de sus películas.
Con Alemania, año cero (1948), cierra su trilogía de la guerra y, en palabras del director, culmina la visión desde la perspectiva de los vencidos. El punto de vista del italiano será, en primera instancia, lo evidente: mostrar la destrucción de Berlín, la desolación de sus calles, el horror que dejó la Segunda Guerra Mundial… Aunque también se puede tomar un ángulo que va más allá de esto, no hay solo estragos físicos en la urbe, las personas también sufren, están aniquilados física y mentalmente, la moral del pueblo germano está por los suelos.
La derrota en todos sus sentidos, un excombatiente nazi que recuerda al Travis Bickle de Taxi Driver… El hombre todopoderoso en el campo de batalla, pero que al término de esta se convierte en un despojo de la sociedad, un infestado que tiene que estar recluido para no ser juzgado. Alemania, año cero pone de manifiesto una realidad de la sociedad berlinés en la que el día a día es el hambre, la búsqueda de dinero o comida a cualquier momento, el robo de carbón, patatas o cualquier enser que sea posible vender para conseguir sustento. A su vez, Rossellini da protagonismo a las infancias, al igual que en Roma, ciudad abierta y Paisá, se les obliga a crecer ante la necesidad de “hombres” que realicen los trabajos pesados, las mujeres tienen que recurrir al trabajo con su cuerpo con tal de conseguir un par de cigarrillos, se está ante una situación de decadencia en todos los rubros.
Pero quizá sea ese mensaje a través de la “educación nazi” la que sea el centro de esta última película de la trilogía, un niño que, después de escuchar su entorno, toma la decisión de actuar ante la precaria situación familiar, una crónica con un final que se vislumbra a través de las acciones de un niño que es producto de la sociedad en la que le tocó vivir. En el filme se vislumbran, poco a poco, las consecuencias psicológicas del conflicto armado que acaba de culminar.