ALONDRA CAMPOS
Imagen: Freepik
Mi sueño impreciso y distorsionado
Mi cabello en el que ya ha nevado
El temblor que abraza a mis dedos
Mi vida ha llegado a un casi final
Y sé que me esperas más allá
del límite de lo conocido
privada de poder vivir
tu derecho a la vejez
Veo al sol y la luna huir todos los días junto con los cambios de los que son presos mi cuerpo y mi mente. Mi sueño volátil y fugaz se fragmenta y se distribuye en partículas cósmicas por todo el universo hasta alcanzar recovecos desconocidos de materia oscura. La niña y adolescente que fui se encuentra contenida en estas líneas y en unas fotografías olvidadas en alguna caja de zapatos sepultada en el fondo del armario. En cambio, tú, vieja amiga, el tiempo no ha hecho mella en ti, tu existencia sempiterna en el transfinito.
Hace mucho que no nos vemos, la monotonía y los dolores somáticos ya no me permiten dar más de dos pasos. La vejez es todo y nada de lo que imaginamos, hablamos y debatimos en aquellas noches de desvelo. Mi cabello hace mucho que se tintó de blanco, la mirada ya no me permite devorar libros por las noches, apenas y puedo leer un par de párrafos. Mis piernas y manos ya no me responden como antes, ahora necesito ayuda, ya no puedo valerme por mí misma. De mi físico ni hablemos, apenas queda un nítido fantasma de lo que fue hace muchas lunas atrás.
El paraje en el que me encuentro está dominado por ángeles de batas blancas que me cuidan, mis hijos se han desentendido de mi existencia, dejándome prisionera aquí, extraño la casa que me vio crecer a mí, a mi madre y a mi abuela. Quién lo diría, ¿no? Mucho tiempo después en el que perdí contacto contigo, llegue a casarme y fundar un linaje, que ya ha alcanzado a presenciar bisnietos; tristemente, son contadas las veces que me han visitado en los últimos años por lo que no puedo evitar sentirme como me sentí antes de conocerte y después de que me dejaras: sola.
Las paredes de esta habitación y el canario que tengo por mascota han sido mis más fieles compañías. La vida me la he pasado contemplando amaneceres y atardeceres por la venta, preguntándome cuando es que te podré volver a ver porque nunca me recuperé del todo, aunque pude engañar a todos esos terapeutas a lo largo de los años. Mi único consuelo en todo esto es la disfunción que sufre mi mente, a veces, todo dentro de mí se diluye y olvido quién soy yo y quién fuiste tú, así que la pena que embarga a mi corazón desaparece.
Desde aquel fatídico día en que ocurrió todo aquello, dejaste de crecer y yo envejecí cien años de golpe al ver como te introducían en esa bolsa negra. Tuve que abrazar esa dura caja sin aceptar que estabas ahí dentro y luego bañe de lágrimas esa fría lápida que tenía grabado tu nombre. Jamás pude hacerte justicia, para el resto del mundo fuiste un número más en las estadísticas y el hombre que juró proteger tu vida desapareció en el inframundo del anonimato. Aquel despreciable ser que te separó de todos aquellos que te queríamos, detuvo los latidos de tu corazón y te quitó tu derecho a la vejez.