FERNANDO CASTAÑEDA
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Pensar que la seguridad social, el bienestar físico y/o mental de los individuos, la forma de hacer política y los sistemas de producción, así como los de salud y hasta los ecológicos están separados es no querer ver el fondo del tazón de sopa que el capitalismo ha vaciado.
Desde ya puedo entender que en este punto se me llame “rojo”. Este discurso no pretende politizar mi opinión, por el contrario, busca clarificar vertientes que inevitablemente se unen en un punto: el individuo. Como escribió Aristóteles: “Solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”.
Haciendo una revisión de “Ǫué difícil es pensar: incertidumbre y perplejidad” de Janine Puget, y según el enfoque clásico del psicoanálisis existe una relación entre la incertidumbre y el estado de amenaza, así mismo no es discriminante el hecho de que, según la autora: “Las acciones no dependen de variables comprensibles sino tan sólo de efectos resultantes de un tipo de conectividad de las que son resultado”.
Finalmente, y para colocar la tercera piedra para dirigir la línea de pensamiento vale la pena mencionar lo que figuró Abraham Maslow al definir su pirámide de necesidades humanas, específicamente en el segundo escalón. El sentido de pertenencia: “cuando las necesidades psicológicas y de seguridad se satisfacen, surge la necesidad de amor, afecto y pertenecer”. (Brea, 2014)
Hoy en día Estados Unidos – el país capitalista por excelencia – pasa por múltiples crisis: financiera, de salud, inmobiliaria, se habla de una potencial crisis parecida a la del 2008. ¿Cómo impacta esto en la psique de los ciudadanos y lo que se llama “generación colectiva”? Un buen parteaguas es la forma en la que esta generación produce y consume, es decir, el trabajo.
A no ser que no se preste mucha atención, es evidente que el modelo laboral de los años 50 ya no es redituable y en la actualidad apunta a ser cada vez más precario. Con esto no digo que la década de los 50 sea mejor laboralmente, ya que el hecho de que una mujer laborara era mal visto y por ende existía mucha discriminación. Me refiero a cuestiones meramente monetarias.
Al decir que el trabajo es precario se refiere a una condición en la que, quien labora, cuenta con bajas o ninguna garantía laboral, así como una para nada equilibrada relación esfuerzo-recompensa, es decir, remuneración muy baja por la cantidad de esfuerzo relevante.
Esta precariedad permea los estratos de una sociedad que no tiene otra alternativa más que pasar el “mal trago” de tener opciones laborales precarias para poder obtener una recompensa que no es equivalente a su esfuerzo.
A su vez el nivel de competencia de la globalización hace que hoy en día, quien, por ejemplo, labora en México, tenga que competir por la misma plaza laboral con un europeo o un asiático, si no es que con ambos. Que no se mal entienda, esto no es una cuestión de cerrar oportunidades, sino que sólo estoy retratando lo que es una realidad, sin discriminar o hacer de lado a alguien.
Un problema identificable es la carencia de valores humanistas tradicionales como lo es la fraternidad, la libertad, la responsabilidad social o la ética, éstos cada vez más relegados por este modelo de competencia directo y globalizado: un eterno “comer o ser comido”. Para dejarlo más claro: tenemos una generación de jóvenes que se enfrentan con impotencia a un mundo que es dominado por sistemas fuera de su control y que cada vez, como en un coliseo, lo mejor es desensibilizarse con el que tenemos al lado. Esto, tal como la precariedad, también permea niveles más internos de nuestras relaciones: nos han convencido de que hay una lista larga de espera para encontrar amigos, una pareja o simplemente alguien que nos escuche y las redes sociales son la llave a un escaparate donde tú eres el producto.
En la era actual existe una conexión digital constante, lo que determina nuestras decisiones personales con base en algoritmos (literalmente), así como los modelos de trabajo y, en consecuencia, nuestra vida.
La soledad moderna se caracteriza por la carencia real de conexiones significativas. Según el artículo “La pandemia de la soledad: un novedoso análisis crea un historial de la salud mental” de El Confidencial, fechado el 17 de febrero del 2022, “La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha advertido que las medidas de aislamiento social que determinaron el mundo actual desde 2020 para ganarle tiempo al SARS-CoV-2 conducirán a mayores niveles de soledad, depresión, consumo nocivo de alcohol y drogas, y autolesiones o conductas suicidas entre otros síntomas de una salud mental peligrosamente deteriorada, lo que se ha empezado a denominar como la pandemia silenciosa”.
Gran cantidad de jóvenes que representan el 30% de la población de México al año 2020 se enfrentan a un panorama desalentador en lo laboral, por ende, lo económico, lo social y sencillamente en su vida personal, así como a un desgaste mental crítico.
Esto ha llevado a un sector de gente a clasificarlos como “generación de cristal”, término peyorativo mayormente utilizado por individuos a los que, si le cambias una letra a una palabra, se sale de quicio.
Regresando al tema de la incertidumbre, la precariedad y la falta de oportunidades ¿quién podría mantenerse inmutable?, ¿quién no se sentiría abrumado por estos escenarios que en los 90 sólo formaban parte de dramas ciberpunks?
Considerando entonces estas herramientas encontramos a una generación que dentro de las redes busca crear espacios con las características que el exterior no les puede asegurar, en su mayoría espacios de expresión.
En esta parte del ensayo me gustaría conectar puntos: según el filósofo y activista francés Félix Guattari y su definición de “espasmo caósmico”, hay una condición de sufrimiento y caos mental que sólo es salvable mediante la transformación de la relación entre individuo, comunidad y el mundo que habita.
Sin embargo, para asegurar esta triada de condiciones de manera armónica es menester asegurar los recursos, materias primas y procesos que permitan a esta triada coexistir, es decir… producción, volvemos entonces al tema del trabajo.
Históricamente hablando, el embate del neoliberalismo productivo de los años 80 apuntó a simplificar mucho de este trabajo con la ayuda de las máquinas, dejándoles procesos y en parte la toma de decisiones. En las últimas décadas la creación de una red de información no centralizada modificó el proceso laboral: la autonomía obtenida por los trabajadores se vio prontamente sustituida por tecnología que redujo gastos en la mano de obra. Las máquinas no vinieron a reducir la carga de los trabajadores, vinieron a desplazarlos.
La triada quedaría definida como individuo-colectivo-mundo, presentando una sintomatología de individuos cada vez más solos en un colectivo que ha sido y está siendo cada vez más desplazado, que a su vez interactúa con un mundo de pocas oportunidades. Espero que en este punto no queden cabos sueltos.
¿Existe entonces una alternativa? Una vida plena y autónoma se ha ido convirtiendo poco a poco en una utopía. La crisis de fentanilo que explotó hace poco no hizo más que revelar la parte oscura de una generación que ya no se puede sostener. Como individuo menor a los 30 años no puedo hacerme el indiferente viendo a jóvenes de entre 17 y 35 años que en la búsqueda, ya no de un placer, sino en la evasión de un displacer, está dispuesta a morir de una sobredosis o vivir un infierno en carne propia en lo que la siguiente dosis es suministrada.
Ancianos con pensiones de 900 dólares que necesitan un promedio de 4,000 dólares al mes para vivir con dignidad, rentas cada vez más imposibles de pagar, migraciones masivas, políticas que cada vez apuntan más a una guerra entre naciones… Nuevamente, ¿hay alternativa?
Quiero pensar que sí, porque la esperanza es inherente al ser humano, pero en lugar de que estas visiones distópicas motiven a la acción parece ser que es más viable aceptarlas como inevitables. La competencia actúa como un velo que todo cubre, “soy yo o es él”, cada individuo debe someter a otro y esto nunca nos va a permitir “ver un poco más allá de nuestras narices”. Pero si nos quejamos, si logramos identificar el fallo nos llaman, en su corta visión, “generación de cristal”.
Bienvenidos al colapso inminente, siéntase libre de acelerar este proceso, porque es inevitable… Pero sobre aceleracionismo… Ése es otro tema. Vamos al abismo sonriendo y en fila.