Agustín Yen Hernández
La noche descansa
sobre el hemisferio.
Hay un amanecer que espera.
El oleaje acaricia la costa.
La marejada regresó a su lecho,
ha calmado sus ímpetuos.
Ínfimos gránulos de tiempo
bañados de sol y sal.
Despierta la superficie.
En las profundidades
duerme el abismo,
La tristeza, la sosobra.
Me conociste envenenado de silencio.
Volaste tierna, cual golondrina
sobre mi pecho, despertaste mi voz,
Canto de Lira fugaz y eterno.
Siempre has sido tiempo,
luz, agua, bajo ese plumaje.
Soy bosque que palpita
Bajo tus alas.
Madrugadas de presagios
y pájaros al vuelo.
Ansío tu boca, desconozco tu aliento.
Palpo tu cuerpo etéreo, luminoso.
Se deshacen mis manos
en espuma de olas
que rompen embravecidas.
Uranus fecunda el mar.
La curvatura de la luna en tus muslos.
La marea sube, pétalos encarnados
asciendo por tus columnas.
suspiros de viento.
Movimiento incesante,
espiral del nautilus
que resuena en tu seno,
en tu vientre. Venus en venus.
Me contemplas desde lo alto
de tu luminosidad.
Hay un caleidoscopio en la arena
se mece con las estaciones.
No estoy solo,
un palpitar escucha mi voz
engarzada en plumas.
Las horas se rompen.
No sientas temor, sublimaré tu nombre hasta que te vuelvas infinita.
Sé por siempre mía
en el idilio del lenguaje.
Las palabras me salvan.
Me refugio en la sintaxis.
Los cuerpos se disipan en sueños,
se funden en sol.
Flor de la mañana
irisada en rocío.
Ave celeste, deambulas desnuda
sobre los tejados
hasta que despunta el alba.
Toma mi mano, mis anhelos.
caminemos sobre el mar
hasta fundirnos en el horizonte.