JIMENA CERÓN
En seguimiento a lo escrito la semana pasada; continuaré hablando de la consolidación de la red social primaria más importante en la que estamos inmersos los seres humanos: la familia. Sí es, pues, la red que tiene como objetivo primordial darnos las herramientas básicas para nuestra interacción e integración con el resto de la sociedad, por ende debe de contener individuos en los que recaiga en mayor peso la responsabilidad de proveer a los nuevos integrantes y durante su vida al menos hasta alcanzar la adultez de ellas.
Difícil, claro, es el poder transmitir de manera congruente y oportuna la sabiduría necesaria para su desarrollo a través de dinámicas de amor y respecto al mismo tiempo que se “educa” con la dureza necesaria para garantizar el aprendizaje de valores como la tolerancia, la responsabilidad, la empatía y más.
En lo personal; quizás por mi corta edad al volverme madre y la pertenencia a una red de apoyo sólida y grande, esas atribuciones fueron adoptadas no sólo por mis padres, sino también por mis tías, primos, abuelos, los cuales me ayudaron a articular de mejor manera la forma de transmitirlos a mi hijo. Después, a lo largo de los años y a causa de la movilidad laboral en la que justo me tiene inmersa la sociología, fueron aun más evidentes y en algunas ocasiones sin duda de equivocarme quedé exenta de esas interacciones, dejando la total responsabilidad a los otros individuos antes mencionados y así han transcurrido los años.
Tras el accidente, fui orillada a ocupar mi cuerpo y mente a la sanación lo más pronto posible, por lo que el trato con mi hijo se disminuyó a un seguimiento distante de su bienestar como si de un “check-in” se tratara, así que la responsabilidad, el apoyo y la construcción de ideas solidas para superar la problemática cambiaron el balance.
Este fin de semana pasamos de nuevo momentos de mutuo apoyo donde el cuidado que fue distribuido de diferentes maneras para los dos nos ayudó a construir nuevos recuerdos, de tal manera que ratificamos la necesidad de la presencia de nuestras vidas en el otro, la capacidad de aprendizaje y enseñanza que garantiza la solidez en nuestras redes y la garantía de los otros individuos que la conforman para sostener sus tejidos cuando alguno de sus integrantes debe de modificar sus “responsabilidades”.
Termino no sin antes recordar que, como bien dice el gran Durkheim, nuestras infancias son “un terreno casi virgen donde se debe construir partiendo de la nada y poner en ese lugar una vida moral y social”.
Adiós.