DANIEL BENCOMO
Para conmemorar este Bloomsday, no me alejo de lo evidente al retomar el vínculo literario entre James Joyce y Arno Schmidt; la prosa de este último se mantiene entre las más extrañas, y lúdicas de lengua alemana luego de la Segunda Guerra Mundial. Si bien existen traducciones de unos pocos de sus libros, no es tan ampliamente conocida en el ámbito de habla española. A esto contribuyen en buena medida sus características formales y el desafío que implica traducirla: su expresión es dinámica y bullente, alberga en su núcleo un gabinete de curiosidades y gambetas intelectuales que efervescen en múltiples registros –desde las variantes dialectales hasta la ciencia–. Como en los grandes libros de Joyce, lo narrado se inscribe en una forma poco convencional que es, en buena medida, la médula y el sentido de lo dicho. Hay, como en la obra de Joyce, muchas capas que se ponen en juego en cada línea de escritura: las aguas de su voz se desplazan en flujos laminares, y cada uno de ellos arrastra voces, percepciones sondeadas en ámbitos diversos –sobre todo las aguas profundas de la historia literaria–, que confluyen y desembocan en la realidad del occidente alemán de la segunda mitad del siglo XX.
Exponer lo anterior, como bien afirma Jan Phillip Reemtsma –presidente de la Fundación Arno Schmidt y mecenas del autor en sus últimos años de vida– es algo relativamente sencillo y quizá, más que ello, facilón: ya en la recepción de las primeras novelas de Schmidt, este fue considerado por algún crítico como el destinado a llenar “el hueco joyceano” en la literatura alemana. Aunque, como Reemtsma también afirma, es dudoso que en ese momento Schmidt ya conociera y hubiera obsequiado atención a la obra joyceana. Es el propio Reemtsma que me lleva a dos ensayos que el alemán consagró a la obra del autor del Ulysses, cuya totalidad abarca un libro. Uno de ellos se titula “Jedermanns Buch”: el libro de todo el mundo, de cualquier persona, del ciudadano/a de a pie. A manera de diálogo –más bien antiplatónico– un admirador exigente y un incrédulo de sus alcances discurren en torno a la obra del dublinés. A pregunta del segundo, el primero descarta toda la obra primera; para Música de cámara no tiene la mejor de las opiniones: muchos de sus contemporáneos habrían logrado en ese registro alturas mayores, y “a ninguno estos valoraría sobremanera”: Rilke, Däubler, en Inglaterra Hopkins. Luego arremete críticamente contra el título alemán del A portrait of the artist as a young man, que en su primera traducción realizada por Georg Goyert llevaba el nombre de Jugendbildnis, que al español podría a su vez traducirse como Retrato de juventud; no le falta justicia al indicar lo incompleto de la decisión de quien traduce. Tampoco Dublineses le merece mayor crédito y, nuevamente, se lanza contra el título de la versión alemana, titulada simplemente Dublín. Como puede imaginarse quien me acompaña en la lectura, las dos grandes obras que concentran su admiración son el Ulysses y el Finnegan’s Wake, pero además “la figura clave de todas las figuras clave”: el hermano de Jim, Stanislaus Joyce.
Las partes de este diálogo entre el personaje A –el entusiasta informado– y B –el escéptico que esgrime sus prejuicios– se separan por onomatopéyicos golpes de Gong. Es en el segundo “round” donde ambos dirimen ideas en torno a la novela de Leopold Bloom; pero tampoco es que A se sostenga en el fervor del devoto; lejos de ello, proyecta su respeto por la obra en el deseo de lo que aún podría ser en ella y no se guarda de observar lo que a sus ojos le parecen falencias, “yerros que, en él, se leen como aciertos”: la recurrencia de ambientar la acción en cafés y restaurantes, el desdoble del autor en los dos héroes tan dispares. El Ulysses le resulta apenas precursor del Finnegan’s Wake, pieza que a la vez le parece una cumbre de la literatura pero, por otro lado y como afirma Reemtsma, también le parece que conduce a un callejón sin salida y que, a pesar de su aventura y ambiciosa apuesta en la potencia del lenguaje para desdoblar significados en el núcleo de un significante, desemboca en el sólido muro del lenguaje privado…
Pero quisiera detenerme en los apuntes de Schmidt sobre el Ulysses y comentar cómo, si sigo una vez más a Jan Phillp Reemtsma, se puede distinguir el homenaje en la lectura y la mediación transformadora de Joyce en dos momentos clave de la obra del escritor alemán: el Ulysses se traduce en el libro de Schmidt Kaff auch Mare Crisium (1960) –y asumo aquí una comprensión amplísima de este verbo, que apunta al trabajo de recrear y mediar entre tradiciones literarias–. Se trata de una vertiginosa narración del fin de semana de una pareja de citadinos en los brezales que rodean a un pueblucho –un “Kaff” de Baviera o de Baja Sajonia– a la par de la cual corre un relato que el protagonista narra en momentos a su acompañante, una historia de ciencia ficción localizada en la luna en un momento posterior a la catástrofe nuclear. Se funden así dos pulsiones de Schmidt: su devoción al momento y al mito efímero de lo mundano, su potencia fabuladora que se proyecta en futuros sombríos. Su admiración por el Finnegan’s Wake cristalizará posteriormente en la que es conocida como su obra cumbre, el Zettels Traum, título que parece intraducible si uno considera que “Traum” es el sustantivo para soñar, mientras que “Zettel” refiere a ese trocito de papel en el que uno anota algo, pero también a Zettel, nombre que se dio, en una de las primeras traducciones alemanas –nada más y nada menos que la de Wieland–, al personaje de Shakespeare Nick Bottom en El sueño de una noche… Todas estas traslaciones, dimensiones, tienen lugar en el crisol bullente de la lengua del alemán en tres columnas diferenciadas en una página A3 –poco mayor a la doble carta–, un bloque de prosa en el medio, custodiado por dos hileras de notas, y notas, y notas que Schmidt tomó en ese mismo brezal que había dado origen a la parte “terrestre” de Kaff auch Mare Crisium. La edición de este libro es facsimilar y en él pueden verse, a ambos costados del bloque de prosa mecanografiado, las notas que Schmidt redactó y catalogó obsesivamente.
Traductor a su vez del inglés –entre otros, de la obra de Poe–, en un breve ensayo titulado “De nuevo Ulysses en Alemania”, Schmidt arremete también al observar las erratas –muchas, a su entender, disparates– en la traducción suiza ya mencionada de Herr Goyert. Y al leerlo, redescubro una vez más el vocablo “Binsenwahrheit”: una verdad ya podrida, una verdad de carrizo o en español: una verdad de perogrullo. No lejos de este tipo de expresiones están las que, ya gastadas por el uso, se vuelven monedas de curso corriente al hablar de la traducción; a veces inevitables, una de ellas está presente en este texto de Schmidt, y es que las grandes obras literarias son indestructibles frente a las erratas de cualquier traducción. Y añado una más: la que versa que una obra maestra no se agota en una sola de sus versiones. Y es quizá la traducción multiplicada, la traducción multiperspectiva, la coexistencia de distintas versiones en una lengua extranjera de una obra maestra, en la que pueda emerger un poco más del carácter propio de la obra original y mucho más, de las potencias de la lengua a la que llega; quizá, en lugar de censurarlo, se deba promover el atrevimiento a interpretar y versionar obras complejas, cifradas en tantos estratos, en las que una solución verbal en la traducción no agota, ni por mucho, el código de la expresión que le antecede. Schmidt, al igual que Salvador Elizondo, tradujo apenas pasajes del Finnegans Wake, en su momento, le faltó la compañía de un editor osado que asumiera el reto. Apenas en 2016 Marcelo Zabaloy llevó a cabo el desafío de traducir esa obra en español para la editorial argentina Cuenco de Plata. Kaff… y Zettels Traum aún aguardan, latentes, para extender su tejido de traducciones en nuestro idioma.
Dos autores, dos traidores (infografía)