ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
Me canto y me celebro a mí mismo, porque no tengo de otra y porque se me antoja, si no me doy a la tarea masturbatoria nadie ha de aventarme ni un besito versado. En algún momento de mis casi cuarenta años de vida, brillé con intenso fulgor de joven book-estrella, ¡vamos, hasta me reconocían en la calle! Pero ahora que peino canas en mi hirsuta barba no me juntan ni a jugar a las escondidillas, nadie me llama para las antologías, no me invitan a festis ni a exposiciones, nadie se inscribe a mis talleres, total que soy tan malo en y para mis pasiones que me cuesta continuar con este día; los que han escrito alguna crítica (no todos), han cometido la barrabasada de compararme con un señor muerto hace treinta años que vivió en Los Ángeles, empinaba el codo y era poeta; como aquel de bigote ridículo que aseveró en su nota, “Oscar no se toma en serio la literatura”, pero muchacho: es lo único en lo que he sido serio. Y es que somos ingratos con los colegas y despóticos con los viejos, así que me planto frente al espejo y le pregunto al barrigudo que ahí se refleja: ¿estas dispuesto a sumergirte en la laguna de la autocrítica?, y me contesta que sí, que vamos pa’lante con esta sopa.
Toda invocación del pasado implica arduas tareas de reconstrucción, la película quedará en grado aproximativo, pues habrá más invención que fidedigno registro. Empiezo por rememorar a mis maestros, a quienes saludo y digo salud. Que el arte es en sí mismo su finalidad puede ser un consuelo muy efectivo; sin embargo, nadie que haya logrado vivir de él podrá atender a ese argumento, le cambio a cualquiera que diga que del arte no se debe esperar remuneración económica: las duras jornadas en las aulas, soportando a ramplones adolescentes y sus estúpidas modas, sobreviviendo a la explotación y el cinismo de una de las peores y más decadentes instituciones de gobierno como lo es la Secretaría de Educación.
Pero ¿qué me convierte en un artista mediocre?, ¿o sólo soy víctima del tiempo y “mi tiempo ha pasado” se ha ido volando y debo resignarme a contemplar con nostalgia la floresta de mi adolescencia? La primera respuesta que esbozo es que no atiendo como se debe a las redes sociales, son el escaparate del momento, existen millones de perfiles de arte en Instagram para una diversidad apabullante de públicos con preferencias disimiles, los de mayor éxito a mi consideración son los de ilustradores (de tablet y ordenador) y pintores figurativos académicos, por una parte la juventud y por otra el tradicionalismo que no pierde adeptos, yo soy uno de ellos, me fascina ver esos reels de técnicas y procesos antiguos en las artes plásticas. Otro factor es que no soy un profesional de las artes, curse la licenciatura en Letras y debo aceptar con gran vergüenza que fui un pésimo alumno, que no hice lo que correspondía, que dejé volar el globo en el aire de la procastinación y el vicio. En tercer lugar, y quizá el factor más importante para contestar a la pregunta inicial de este párrafo, es que me he ceñido a un territorio cada vez más limitado, la necesidad de sobrevivencia me condujo a tomar un trabajo y calarme la soga en el cuello, vivo en un pueblo pintoresco, pero sin campos donde ejercer “de artista”, aquí tampoco han prosperado mis intentos por crear públicos que consuman las artes.
En este “(Auto) retrato del artista maleta” me he pintado sobre un fondo clásico, pretendidamente Barroco, esto para mostrarme tal y como en estos momentos me siento: chillón, resentido, frustrado y cansado. La nube se descarga sobre mí, es un dolor bobalicón, lo comprendo y lo acepto, pero a lo Góngora les pido: “Dejadme llorar /orillas del mar”, ya que “No hay tristes que sean pendejos”. Me acompaña un tierno payasito y un pastel de cumpleaños, referencia a mis días infantiles, plagados también de tristes anécdotas, cosas sin importancia para los ajenos. He llegado hasta aquí con increíble duelo, sí usted me soportó con su lectura, cuénteme en mensaje que piensa de mi burdo lagrimeo y yo le haré llegar un presente, usted puede decidir, si le apetece, arrancar el último pétalo de esta letanía de “me quiere, no me quiere”.
*En esta columna utilicé versos de Walt Whitman, Luis de Góngora y Ricardo Castillo, en ese orden de aparición.
“(Auto) retrato del artista maleta”
Óleo y acrílico sobre tela 35 x 30 cms
Óscar Édgar López
IG: @oscaredgarrrr