Hay varias cosas en la vida que son señales de buena estrella: encontrar una cajetilla de cigarros cerrada, que te vendan la última cerveza en el bar de confianza o que un búho se pose en medio del camino para acompañarte en la vida. Conocí varias veces a Alberto Avendaño: en un veterinaria, en una librería de uso, en varias ferias del libro y cuando me invitó a tomar café y pidió un té porque no le gusta el primero. Luego comenzamos a coincidir tanto que se me fue la cuenta, nos veíamos en el taller Los hijos de Alicia, aunque la mayoría de las veces llegaba tarde porque tampoco le gustan los talleres, coincidimos en las canciones de Marea y en la poesía y para mí esa fue la mejor señal de buena estrella.
Sin embargo, la primera vez que reconocí a Alberto fue en sus poemas, fui invitada a presentar su poemario Para cantar bajo la lluvia y supe que teníamos la visión poética como un punto de cruce en el que no todos se posan, cual búho (nocturno y sigiloso) se plantó junto a mí para declamarme al oído su ser memorioso. Siempre me sorprendió su increíble talento para tener un baúl lleno de datos curiosos: bromeo al respecto de que la mitad sirven mucho y la otra mitad son tiliches en una habitación llena de polvo, pero con Alberto comprendí que la belleza radica la mayoría de las veces en la oscuridad y el silencio.
Alberto lleva en sí la voz profética y la amistad. Conozco a pocas personas en el mundo que están dispuestas a dormirse con lo que llevan puesto y despertar con una sábana de latas, conozco a pocas personas que amen tanto la poesía que la lleven al punto de quiebre y la inutilidad, porque sí: es poeta y cómo lo dice él ¿a quién le importa? Y lo mismo aplica para mí o cualquier ser mortal que ha sido tocado por el arte: podemos ser incluso dioses y eso tampoco le importa a nadie. Este año Alberto alcanza el número de la iluminación, esperando con paciencia algo que no se puede adelantar de ninguna forma, respirando poesía zen mientras coloca en sus manos el Cronos, magnífico y pequeño, mortal y con la lengua muy afilada.
Alberto es aquel tipo que se sienta a escribir un poemario en una noche sólo porque le dijiste que no se podía, es aquel que se gasta el día sin hacer nada y el que siempre, sin importar la oscuridad de la noche, te llueve sobre mojado, un maestro que te enseña a dejarte caer en el abismo y disfrutar del proceso, pero también es el ancla que te ayuda a detenerte para tomar el impulso, que te dice que ahí está el poema, que te rescata si es necesario y, cuando las acciones y las palabras no le alcanzan, te acerca el fuego y te ofrece el último cigarrillo. Batiscafo o escafandra, dialoguemos por lo que resta de nuestros encuentros y sigue aquí, compartamos el último trago de mezcal y súbele a los Cardenales de Nuevo León. ¡Feliz cumpleaños de Cristo, buhito!
No olviden, queridas y queridos lectores, de empaparse de poesía, de cantar mientras el cielo rompe en cántaro. No olviden felicitar a Alberto en su cumpleaños, a disfrutar del pretexto de estar vivos mientras no se acaben el vértigo y el abismo. No lo olviden, ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero