ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
En una tertulia de señores que escriben loas al mundo rural, una mujer tomó la palabra para aplicarnos un tremendo jalón de orejas; la mayoría de los tertulianos habían gozado la juventud hace treinta o cuarenta años, por lo que el regaño debió ser doblemente aleccionador. Yo estaba ahí como “profesor que escribe”, comía galletas y bebía café de olla con usual fruición, ritual que suspendí cuando la mencionada tomó el micrófono:
“Ustedes hacen estas reuniones sólo entre hombres, soy la única mujer y no fui invitada, invitaron a mi esposo y yo vengo a acompañarle, pero también quiero compartirles algo de mi trabajo porque me gustaría que participaran más mujeres, hay muchas jóvenes escribiendo a quienes ustedes ignoran. Fui maestra rural y ya jubilada realicé una investigación de campo en las comunidades de nuestro municipio; este trabajo trata sobre las ancianas que preservan la tradición oral de las mujeres, señoras de edad avanzada que enseñan a las niñas y jóvenes acerca de sus tradiciones, sus artesanías y el papel que juegan al interior de sus pueblos. En el transcurso de la investigación, mientras visitaba hogares para realizar entrevistas, pude notar algo que se convirtió en un descubrimiento muy interesante, las señoras que habían convivido con un esposo durante más de veinte años habían logrado una importante seguridad en sí mismas, una autonomía respecto a sus cónyuges que se acrecentaba conforme avanzaban en la edad. Las ancianas mandaban al diablo al “viejo” y poco les importaba ya lucir atractivas para ellos, mucho menos ser serviciales y no digamos ya en asuntos de dormitorio, los años les habían dado sabiduría y libertad, pues ya no permitían que modas, tendencias y estereotipos sociales las contaminaran y les dijeran cómo vivir, cómo comportarse, cómo ser la esposa y la señora de tal.”
Los presentes hicieron un carraspeo, bebieron un sorbo largo de café o con disimulo se escondieron en el sanitario. Habíamos sido reprendidos por jugar al “Club de Toby” y los más vetustos se sintieron ofendidos en su masculinidad de cartón piedra. La señora tomó su bolso y se fue dejando ahí al bigotón marido con sus sexagenarios compinches.
El grabado en México tiene una impronta social que no poseen otras manifestaciones artísticas, esto lo emparenta más con prácticas artesanales que con las llamadas bellas artes, que son ejercicios más elitistas, en donde el acceso se presenta más limitado, por supuesto: no todo y no siempre; pero los oficios del grabador y el impresor se muestran más amables, continuamente en apoyo a causas sociales, como soporte de discursos de inconformidad y alternativa a otros quehaceres menos políticos, como la pintura decorativa. Desde sus inicios apegados a la caricatura y la ilustración de productos populares, cancioneros, cuentos infantiles, cajas de fósforos; la creación del Taller de Gráfica Popular y su acompañamiento en huelgas y manifestaciones, hasta la actualidad en la que es común encontrar afiches, pegatinas y otros formatos gráficos que alientan la insurrección y la crítica.
Rebeca Marcos “Flor de perro” es una artista del grabado con un oficio gráfico depurado, el uso que hace de los medios tonos a través de las calidades del relieve, sus composiciones dinámicas, la frescura de sus personajes y la carga social, feminista y ecológica de sus temas, así lo dejan claro. La pieza “Sembrando esperanza” es una imagen que nos referencia al arte europeo del mundo rural, desde las escenas bucólicas de Lucas Cranach, de paso por Millet, luego Van Gogh y por supuesto grabadores mexicanos como Erasto Juárez y Leopoldo Méndez, presente en ese cielo tórrido y voluptuoso que vitaliza el trabajo de la labradora. Temáticamente también podemos rastrear cierta influencia de las pinturas naturales de Sérephine de Senlis. En esta obra vemos a una trabajadora de la tierra en plena faena, está removiendo la endurecida tierra para que reciba a la semilla de la esperanza y haga crecer los brotes entre la maleza y las otras plantas salvajes que rebozan alegría y fecundidad, en segundo plano las montañas majestuosas y reinantes y el poderoso sol coronando toda la escena. Una imagen potente, con vigor, fuerza e integridad, a la que no es posible desviar la mirada ni eludir el flechazo certero de su mensaje.
Rebeca Jiménez Marcos
“Flor de pero”
Linograbado
Contacto: Rebeca Que Que