Por Gibrán Alvarado*
Creo que en los últimos años hemos visto un gran auge de películas en las que una de sus partes esenciales, si no es que la más relevante, es aquella que suele denominarse acción, un filme que, haciendo uso de los elementos tecnológicos más recientes, muestra en la pantalla escenas donde el protagonista sortea infinidad de obstáculos, sobrevive las llamas, salta de un automóvil a otro y demás peripecias acrobáticas. Todo esto cumple una función, en esta época el espectador necesita altas dosis de movimientos de cámara, espectacularidad y, quizá, una trama llena de obviedades en la que aparece muy evidente el camino del héroe propuesto por Joseph Campbell, poca reflexión, digamos…
Lo que se pide o hacia donde los grandes estudios han encaminado la experiencia cinematográfica es a tener al espectador siempre en vilo, incontables secuencias con movimientos estridentes y veloces, sin tiempo para la contemplación de los espacios en los que transcurren los acontecimientos, muchas veces éstos son tomados como simple fondo al servicio de la puesta en escena, la cual va aglomerando momentos de acción, lo demás pasa a segundo término o importa poco, el discurso es simplista, se ofrece como papilla, ya deglutido y listo para ser captado, todo al servicio de la carta.
Hay que acudir a un metraje de inicios del siglo XX para retomar algunos de los elementos de las películas de acción y el tan afamado Western, que llevaría a su cúspide John Ford y otros actores de mediados de la centuria pasada. El ejemplo que propongo es Asalto y robo de un tren (1903), de Edwin S. Porter. Hoy se critica a muchos por hacer spoiler o “destripe”, según la RAE, de las películas pero el título nos indica qué esperar, la trama es sencilla: un grupo de forajidos a caballo asalta una estación y a la postre roba un tren, lo interesante, más allá de la revolución en la puesta en escena, movimientos de cámara y aspectos cronológicos, es destacar el uso de varios aspectos que ahora son parte esencial del denominado género de acción, algún acontecimiento que turba el orden de las cosas y a partir de ahí se inicia un trayecto en el que se habrán de sortear algunas vicisitudes.
Al final, la alteración del orden público queda reestablecida gracias a la unión y rápida acción de quienes poseen la capacidad de enfrentarse a los bandidos, siempre habrá un grupo antagónico que verá frenadas sus intenciones y todo será en favor de un bien colectivo. Asalto y robo de un tren (1903) muestras las bases que hoy se repiten hasta el cansancio en las salas de occidente y cada vez pierden, desde mi punto de vista, la eficacia; obvio hay algunas grandes excepciones en las que la mezcla de estos elementos funge como un aliciente más dentro de otra variedad de fórmulas que en conjunto logran un destacado efecto. En fin, acción no es sinónimo de complejidad, como prueba, infinidades, de ahí que sea importante acudir a las bases, que en su sencillez llevan la virtud.