Por: Diego Varela de León*
“Puede ser que ellos sean el mejor ejército
del mundo, pero nosotros
somos los mejores hijos de México”
General Ignacio Zaragoza
Si no encontramos identidad en el pasado, no habrá reflexión histórica; si no encontramos el pasado en nosotros mismos, no habrá vida en el presente. A lo largo de nuestra historia hubo personajes que forjaron en la refriega de la batalla esa historia, porque decidieron dar la vida por los demás en ideales tan sublimes que sólo los hombres de la patria lo pueden hacer; hechos que han significado la diferencia de la historia entre dar un paso para adelante o echarse para atrás en situaciones que la patria lo ameritaba con el impulso de la conciencia en la forja de un país de igualdades y libertades.
Venidos de perder gran parte del territorio nacional, la Guerra de Reforma y la Revolución de Ayutla, en un país que sangraba a flor de piel, una nación destrozada y sumida en la pobreza en una entidad dividida entre liberales y conservadores.
Así es que Benito Pablo Juárez García recibiera la presidencia de México en marzo de 1862, un gobierno donde reza la historia que el 70% de los recursos económicos del país se iban al pago de las deudas externas que se tenían con España, Inglaterra y Francia, lo que motivo al presidente Juárez a tomar la delicada, pero determinante decisión de la suspensión de pagos de las deudas externas para poder reconstruir el país, lo que provocó el obvio descontento de dichas naciones y por ende la movilización de tropas hacia nuestro país.
En ese sentido el residente Juárez invitó a los representantes de esas naciones a dialogar y llegar a un acuerdo por medio del tratado o acuerdo de la “Soledad”, en el cual España e Inglaterra accedieron a dicho tratado y optaron por retirar sus tropas; sin embargo, los franceses que no estuvieron de acuerdo con dicho acuerdo decidieron permanecer en el territorio nacional y concretar la intervención.
La batalla contra el ejército más poderoso del mundo en ese momento era inminente, un ejército bien armado y equipado, además con gran experiencia en batallas como la de Crimea e Italia, contra un ejército pobremente armado y equipado, aunado a los muchos antipatriotas que le dieron la espalda a la nación. La lucha se vaticinaba cruenta y desigual, pero la tozudez de nuestra raza y el inquebrantable amor por la patria de los liberales y el pueblo decidido a vencer o ser vencido en el campo de batalla y rechazar la idea de ser conquistados, dio a la nación mexicana una de las tantas glorias que nuestra nación hoy puede contar, venida de grandes vicisitudes, la batalla del 5 de Mayo en 1862 en la heroica Puebla de los Ángeles, en contra de quienes se sentían los ganadores antes de la lucha. Una batalla que -cuenta la Historia- por momentos parecía perdida, pero la gloria dio razón a la idea y no a la fuerza, y entre las notas del parte de batalla rendido por el General Zaragoza al presidente Juárez fue la célebre frase “Las armas nacionales se han cubierto de gloria”.
Y así la nación mexicana una y otra vez con ideales de gigantes liberales ha sacada adelante a la patria mexicana, donde podemos gozar igualdades y libertades usufructo de nuestros antepasados; hoy nuestras batallas son contra enemigos que los hemos vuelto poderosos nuestros vicios, imperfecciones y pasiones, luchas internas y externas que tal vez nunca terminen mientras les sigamos franqueando el paso. Hoy las luchas son contra la ignorancia e ignominia del hombre en un mercantilismo que por momentos nos sumerge en el consumismo desmesurado que nos aleja del sentido humano.
Hoy nos mostramos ajenos ante el dolor humano y nos olvidamos de la empatía; hoy las batallas son contra la inseguridad que en muchas ocasiones nosotros mismos como sociedad generamos, hoy las luchas internas y externas por la libertad continúan, por una libertad e igualdad que hemos mal entendido al creer que podemos ir más allá y pasar por encima de las igualdades y libertades de los demás.
*Libre Pensador, amante de la lectura, la música y el deporte