
Though I know that evening’s empire has returned into sand
Vanished from my hand
Left me blindly here to stand, but still not sleeping
Mr. Tambourine Man, 1965
VANESSA CARLOS
Cuando en 2016 la Academia Sueca decidió brindar el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan por su capacidad creativa para fomentar nuevas expresiones poéticas dentro de la canción estadounidense, el mundo se fragmentó. Para unos, fue un boom grato y sorpresivo; para otros, un motivo para arrojarse por la ventana. ¿Cómo era posible que un músico de folk de la contracultura volara a las alturas del máximo reconocimiento literario?
Los poetas consagrados estaban ahí formados—Alí Ahmad Said Esber, Raúl Zurita, entre otros—e incluso, dentro de la literatura, el invisibilizado Haruki Murakami figuraba entre los favoritos. Pero los laureles son impredecibles. El jurado amplió su visión. Y si alguien podía bailar fuera del círculo trazado, ese era Dylan con sus cabellos ensortijados y sus lentillas negras.
No sólo sus canciones de protesta contra la guerra de Vietnam y las injusticias sociales que marcaban la época eran el tema. Si algo cantan las rimas Dylanianas, es al amor ya que como aseguraba, Spanish is the Loving Tongue, en sus multicolorido brillo:
(…) She takes just like a woman
Yes, she does, she makes love just like a woman
Yes, she does, and she aches just like a woman
But she breaks just like a little girl
La lírica de I want you, teje ese puente poético en el intermundo del espíritu y la carne, en un diálogo entre lo cotidiano y lo simbólico, el dolor de la pérdida naufraga en un vaivén, sin pertenencia, la soledad como advenimiento de la belleza. El dolor de las madres hecho armonía. Lo poético se hace presente en la canción, rescatando de la oralidad como arte de resistencia entre flores y respuestas en el viento.
Verso tras verso, como un bardo o un delgado rapsoda en el corazón de la plaza, Dylan iba tejiendo historias con sus cuerdas, avivando el espíritu nostálgico sesentero cuando aquellos días psicodélicos se tornaban grises. Like a Rolling stone levantó la voz vibrando en el fulgor del tiempo.
Recientemente, A Complete Unknown (James Mangold, 2024), protagonizada tímidamente por Timothée Chalamet y basada en el libro Dylan Goes Electric! de Elijah Wald, intenta trazar un perfil del artista desde su propia voz. Sin embargo, más que un retrato íntimo, ofrece apenas una pincelada biográfica entre el vaho blanco de los cigarrillos y la música capturada en fotografías. Sería un error reducir su vida a sus relaciones etéreas y catalogarlo como un simple patán, sin esuchar su mensaje. Mr. Zimmerman, como cualquier autor, no es inmune a susceptibilidades y contradicciones, pero su obra trasciende la futilidad de cualquier juicio moral.
Para un acercamiento menos caústico a su figura versátil, I’m Not There (Todd Haynes, 2007) se adentra en su universo desde una mirada más sensible, con Cate Blanchett encarnando su esencia y hermosura. También No Direction Home: Bob Dylan (Martin Scorsese, 2005) camina al filo, por mostrarlo sin develar por completo el misterio que lo envuelve, entre otros filmes que se han realizado para homenajear al que tomara del poeta Dylan Thomas el apellido.
Siempre es un buen momento para traer a Mr. Tambourine Man a la mesa, mientras los tiempos están cambiando. Con su guitarra, su armónica y una voz que nunca fue considerada un privilegio, Dylan sigue resonando. Su arte persiste, como un recordatorio de que la poesía pervive en la música, y la música es una llama azul y cálida en mitad de la noche, el lenguaje del alma, que se perpetúa tarareando por generaciones, como fuego heredado.