SARA ANDRADE
Cuando digo que anhelo la cueva mítica de mis ancestros homínidos lo digo tan en serio que a veces me sorprende lo vulnerable que puedo ser y lo necia que puedo sonar al mismo tiempo. Quiero bajarme de este tren, quiero salirme de la historia. No tengo deseo alguno en seguir participando en este recorrido frenético hacia el olvido. ¿Qué decía Shakespeare? Mañana, y mañana, y mañana… apágate, breve sombra… un idiota lleno de ruido y furia… ¿Si lo dijo él o lo dijo un tuitero promedio?
Ustedes ya saben lo que pasó: El 4 de diciembre de este año un justiciero anónimo mató a balazos al CEO de una aseguradora de salud. Luego de 5 días de “intensa búsqueda” (que es el eufemismo para decir “la IA de reconocimiento facial que hemos instalado en todos los quioscos de McDonald’s”) encontraron que el héroe del momento era un Luigi Mangione, un chico rico, bien estudiado, extremadamente atractivo (lo digo de la manera más profesional, menos horny posible), que decidió que el mejor curso de acción era imprimir un silenciador en una impresora 3D, buscar el itinerario de CEO en LinkedIn y tallar en cada bala “delay, deny, depose” (retrasar, denegar, deponer) que iría a incrustar en el cuerpo de quien, según él, era el símbolo perfecto de un sistema putrefacto que solo responde en el lenguaje de la violencia.
Yo, que desafortunadamente no soy mono en una cueva, tengo que mantener mi puesto de trabajo, por lo que tengo que condenar tan salvaje acto. Y sin embargo, lo entiendo. Entiendo las pintas, las publicaciones y los memes; entiendo la emoción de la gente, el schadenfreude del proletariado, parecido al que vivimos todo con el submarino hacia el Titanic lleno de millonarios. Entiendo cómo es que nos aferramos a esto, mientras entramos a la nueva era del fascismo occidental, como quien entra a su casa borracho, tropezando y maldiciendo. Entiendo perfectamente cómo es que en el medio del caos, del ruido y de la furia de la guerra, la hambruna, el cambio climático, la supremacía de las máquinas hemos decidido que lo más increíble que ha sucedido es que un chico llamado Luigi haya matado a un director general con cara de ratón de caricatura stop motion. Todo es un desquicio. Todo es falso. No hay razón, porque la razón no sirve para explicar aquello que sobrepasa el lenguaje, lo ilógico. Todo es una vibra, todo es un color neón, chillante, que lastima la pupila. Todo es risa de hiena, todo son balas digitales, hechas para matar a los más normales entre nosotros, para que solo se queden los locos, en este reino de la necedad.
Y a veces me parece que Shakespeare tenía razón y que esta vida es un montaje, y no una operación propagandística de la CIA, sino una puesta en escena de alguien crónicamente en línea. ¿Y no es ese Dios? ¿Conectado siempre? ¿En todas partes, a todas horas? ¿Omnisciente como Google, omnipotente como ChatGPT? Si alguien necesita tocar pasto no soy yo, si no Jehová de los Ejércitos. Yo, que todavía tengo que terminar de trabajar, voy a tararear “I think the apple’s rotten right to the core”, mientras me guardo en la cartera mi tarjetita de oración a Luigi Mangione, mártir y santo de las causas ridículas.