
ENRIQUE GARRIDO
En algún momento de la historia los sibaritas tejieron una conspiración en contra del café frío. No me refiero a esa mezcla con hielo y leche que hacen para apaciguar el calor, más bien a ese que se enfría naturalmente. Una taza de café olvidada sufre dos agravios, el olvido y la indiferencia. Si no hay donde calentarlo, prefieren tirarlo, como si ya no fuera útil, como si ya no tuviera más que dar.
Sin duda el café ha ayudado a la cohesión social. Muchas amistades se consolidan bajo el ritual de las bebidas negras y las charlas. Hannah Arendt planteaba que ésta nace en el espacio público y la acción compartida; sin embargo, en la sociedad del cansancio y la autoexigencia, las reuniones físicas se volvieron cosa de nostálgicos. ¿Esto se vuelve un obstáculo para la amistad?
Mientras sorbía mi taza y me quemaba la punta de la lengua, pensaba en Aristóteles, quien sostenía que hay dos tipos de amistad, la imperfecta y la perfecta. La primera se basa en los principios de utilidad y placer y es más próxima a una transacción económica que a una verdadera comunión. Esta relación de intercambio, de dar y recibir, se vuelve imperfecta porque depende de algo externo, que puede ser el tiempo o el espacio, o las ganas. Al contrario de la perfecta, que se basa en la ética, donde queremos al otro por lo que es y no por lo que pueda ofrecernos.
Un trago amargo recorre mi garganta intentando imaginar esta utopía de la convivencia. ¿Podemos ser amigos sin vernos, escribirnos o hablarnos?, ¿la amistad pervive al silencio, a la ausencia o la indiferencia? Montaigne lo imaginó, pues mantenía que la amistad a distancia o en pausa sigue allí, en la memoria, la consciencia y en ese profundo afecto que permanece más allá de la respuesta inmediata.
Así, la amistad vive en los recuerdos, afectos que se nutren a través de volver a pasar por el corazón aquellas anécdotas, dificultades o alegrías que hermanan, unen y celebran el conocer a alguien. Poniéndole un poco de azúcar para endulzar, Heidegger pensaba que el ser humano está constituido por su relación con el tiempo, y los momentos que compartimos con los otros dan forma a nuestra identidad compartida. Por ello, no debemos ver a la amistad como sólo un evento en el presente, sino que se teje a través de momentos suspendidos, en imágenes evocadoras, en risas y lágrimas que flotan en nuestra memoria como burbujas de jabón.
Todas estas meditaciones me han distraído y mi café se ha enfriado. Lo miro con detenimiento. Ese pequeño estanque de agua coloreada refleja mucho de las relaciones humanas, quizá por ello sea una forma de ver al futuro. Immanuel Kant dijo que “la amistad es como el café, una vez frío nunca vuelve a su sabor original, aún si es recalentado”, mientras lo pienso, levanto la taza y dejo que el chorro refrescante baje por mi garganta. Después de todo, no es tan grave el café frío, mientras tengamos amigos que lo compartan.