
Por Marifer Martínez Quintanilla
Carta al padre, Oración de 9 de febrero, El olvido que seremos, The Invention of solitude y otras obras más que cruzan por mi cabeza cuando pienso en literatura que hable sobre paternidades. Y otras que tengo anotadas para continuar con este proyecto lector. Y, sin embargo, Literatura infantil de Zambra me parece tanto más bello porque camina, ida y vuelta, los dos extremos de la paternidad: ser hijo y ser padre.
Alejandro Zambra es uno de esos escritores que suenan, que te recomiendan una y otra vez, y alrededor de su nombre y sus títulos se siente una atmósfera suave y gentil. Y, sin embargo, nada me convencía de leerlo, no ahorita. Lo tenía apuntado, claro, pero no me provocaba una urgencia de ir por un libro suyo.
No tenía la urgencia de leerlo hasta que salió Literatura infantil. Habrá sido el sentimentalismo, la nostalgia, el deseo de estar en México, pues apenas hace ocho meses nació un bebé en mi familia y perderme de esa cercanía tiene su coste personal. El punto es que, entre el bebé y el libro, se gestó la urgencia de leerlo.
Durante la Feria del Libro de Madrid compré varios libros suyos: Bonsái, Literatura Infantil y, poco después, Formas de volver a casa. De los tres tengo cosas que decir, pero hoy me concentro en su más reciente libro.
¿Que el título desanimó a muchos? Sí, lo noté en comentarios en redes y entre amigos que ya eran lectores suyos. Pero a mí me atrapó, y la primera página me parece la declaración emocional y estilística más honesta donde ya advierte al lector que este libro, da igual cuánto podamos disfrutarlo, no es para nosotros: “Contigo en brazos, por primera vez aíslo, en la pared, la sombra que formamos juntos. Tienes veinte minutos de vida. […] —A veces a los recién nacidos se les olvida respirar —nos dice una amable enfermera aguafiestas. […] Tu pequeño cuerpo respira, sí: incluso en la penumbra del hospital, tu respiración es visible. […] A lo largo de la noche, cada dos o tres minutos contengo el aliento para comprobar que respiras. Es una superstición tan sensata, la más sensata de todas: dejar de respirar para que un hijo respire”.
Literatura infantil es un libro de género anfitrión, como en alguna ocasión mencionó Cristina Rivera Garza para referirse a su obra El invencible verano de Liliana —término que a mí me convence—. Anfitrión pues pareciera que es la autoescritura quien tiende la mesa y pone el mantel para que el ensayo, la anécdota y la ficción se sienten todos en la cabecera. Ocupan el mismo espacio. Es un libro diarístico que recoge pensamientos y notas que el autor escribió en su celular en los momentos en los que podía a propósito del cuidado de su hijo; es un libro a modo de ensayo para discutir el término “literatura infantil”, entendiendo, desde la postura de Zambra, que toda literatura es infantil. La literatura habita en el margen de la vida capitalista, productiva y “seria”. La literatura busca recuperar las percepciones borradas durante el transcurso de la vida.
Zambra escribe para recordar él la infancia, los juegos, la potencia de la adquisición del lenguaje en los niños, y escribe para ofrecer a su hijo su memoria que, igual que todos, tendrá lagunas cuando el lenguaje escrito se profundice en él. Algo similar propone Auster: “Como todos los niños antes del lenguaje, tenía una memoria impresionante [habla de su hijo]. La capacidad para observar a detalle, para ver un objeto en su singularidad es casi ilimitada. El lenguaje escrito lo absuelve a uno de la necesidad de recordar mucho sobre el mundo puesto que las memorias se guardan en la palabra”. Zambra, si bien no lo dice textual, lo hace: escribe para dejar memorias que habiten las palabras que Silvestre, su hijo, leerá en el futuro. Una especie de diario de su infancia escrito por su padre.
Otro de los momentos más claros y punzantes del libro en su carácter de ensayo, es su reflexión sobre la falta de una tradición paternal. “Lo que me impresiona, en cualquier caso, es la ausencia casi absoluta de una tradición. Como todos los seres humanos —supongo— hemos nacido, debería ser natural que fuéramos especialistas en asuntos de crianza, pero resulta que sabemos muy poco, en particular los hombres […] Nuestros padres intentaron, a su manera, enseñarnos a ser hombres, pero no nos enseñaron a ser padres”. Esa me parece una de las mejores citas en el libro, una que pone el dedo en la llaga: ser hombre y no ser educado para la crianza, el cuidado y la presencia; en fin, que hemos aprendido de hombre, padre y ausencia concatenan una cadena metonímica.
No obstante, encontrar un libro como Literatura infantil empieza a insertar nuevos discursos y aproximaciones a la paternidad, a una que sea suave y presente, una que sea verdaderamente colaborativa con las dos partes involucradas en la crianza de un hijo o hija. En esta ocasión, Zambra nos ha dado una carta al hijo.