La parte quemada me llama por cobrar
Esa paloma sobrevuela el peligro
aprendió en una escuela de calor
Radio Futura
De otros diluvios escucho caer en la ranura
un centavo de cielo como tiros de máuser.
Lo que está y no se usa: la gota categórica
de un lenguaje cifrado tan al hueso.
Es la parte quemada. Me llama por cobrar
toda la noche, amante con un frasco de pastillas.
Insiste en que lo único inmortal
es este porvenir de la basura.
No enseña valentía sino misterio. Me pide
que vuelva a los cuadernos del alcohol.
Dice: “también un estanque fluye,
hacia adentro y a su modo”.
Dice: “cancélalo
y vuélvelo a llenar”.
Quien habla no aparece entre las grietas
de la enumeración. Es la parte quemada.
La representación sólo es sagrada
en un mundo fantástico y a la vez literal.
he visto
en ánforas mentales
revolotear cenizas
Así, Hayashi Yoken prendió fuego a Rokuon— ji,
el Templo del Jardín de los Ciervos.
Había que construir un incendio en la nieve
para opacar el oro de la envidia.
El catálogo de las naves me llama por cobrar
A la muchedumbre no podría ni nombrarla, aunque
tenga diez lenguas, diez bocas […]. Pero
mencionaré los caudillos y las naves todas.
Homero
Catálogo de las naves que te trajeron hasta aquí:
aviones
faldas al vuelo
medias a rombos
papel negro en fotocopias
fantasmas de ex amores aún despiertos
chapiteles de brisa manos cortadas en el tablero
de Monopoly
racimos de ojos mis dedos pulsando cítaras sordas
en tu piel
ramita de matimbá
rosal de cráneos abiertos hasta la esencia del botón
lustros de verte salir del mar de mi cabeza
en una concha de azúcar
armada siempre de un hacha pero en vestido de espuma
tragaluces: sacaba con mi lengua las letras de tu coño y él
me hablaba
de escaleras eléctricas que dan a un tragaluz
taxis (saqué también muchas tes y muchas equis
no la palabra entera
pero al subir a tu lado en el asiento la supe) taxis muertos
porque mi lengua te sigue leyendo de memoria durante
horas
y libros claro pero también
corcholatas vasos vacíos pescado negro sabores
inmorales
porque las naves sin sabor no saben ir a la guerra
y tus zapatos
que escondí en la caja fuerte del hotel
para que no te escabulleras en medio de la noche
y tus otros zapatos: los que tienen
el zíper al revés
y los huesos
de una ciudad baldía
sobre la que surfeamos
día y noche extasiados
en olas de dolor/
catálogo de las naves
que te trajeron a mí
Los sueños donde muero son los mejores que he tenido
¿Y si fuera eso el amor: habernos separado?
¿Un Pearl Harbor de vidrio en el arroz,
una Atlántida de huesos?
Veo rostros
mientras me adentro en el pasillo del avión.
Veo el astro que aúlla detrás de los rostros.
Es un chiste de Louie: “Estoy hablando
frente a un montón de gente muerta
que no se ha muerto todavía”.
¿Y si poesía
fuera una broma que le creímos a un adulto:
un lenguaje bacán
con el que nuestros padres nos tomaron el pelo?
Mientras vuelo,
sueño que caigo a mil kilómetros por hora
sobre el Caribe. Mientras caigo
un putrefacto San Vicente Huidobro
sube al empíreo y me besa
la boca entre los fierros.
No tengo miedo
porque tampoco tengo don de profecía.
¿Y si poesía
fuera un antiguo voto higiénico y nupcial:
sacar la basura, bajar el asiento?
¿Y si el único don de profecía
fuera saltar al hueco?
La claridad me llama por cobrar
Intentas retratar el modo en que
las pequeñas experiencias
se adhieren al lenguaje.
Como criar un gato
cuando todavía no sabes si lo amas.
Sus garras en tus muslos la primera ocasión.
La ambigüedad vertiginosa
que te permite acariciarlo.
Luego alguien cierra un clóset
y el animal queda atrapado por un rato.
Tras liberarlo, caminas
en una niebla interior, interrogándote:
¿Fuiste tú? ¿Lo has hecho adrede?
Ser un buen policía de experiencias pequeñas
es la única forma de pensar claramente.
¿Qué mérito hay ahí?
Tal vez el gato que amo se haya encerrado solo,
decides al final.
Tal vez sea su manera
de ser claro con las demás especies.
No entendí tu poema
Me perturbó el hedor a basura inorgánica.
Se le veían los clavos.
Tiene escamas.
Pensé que iba a ser unitario.
Pensé que tendría un enfoque social.
No venía con un dragón de juguete sorpresa.
Me dio asco que hablara de dolores de muelas en las muelas
de otros.
Parecía una lista de pendientes domésticos.
Algo en su interior me dice que estamos solos.
Se tapa los oídos cuando roba.
Hay demasiado hermetismo y vanidad en su tejido de
referencias.
No ayuda a que los jóvenes lean más.
Le falta idolatría.
Parece un dibujo del cielo pegado con cinta scotch en el
cielo.
Sutura heridas reales con mímica.
Sabe a ajo.
Pide becas para comprar wolkswágenes verdes junto a
blancas gallinas.
Compra colchones, tambores, refrigeradores, estufas,
lavadoras, microondas.
Paga mal.
No sale en el insta.
No sabe perrear.
Propone aporías descabelladas, por ejemplo mitusear perrhijos.
Solo bebe agua de animal mimado.
Deja un rastro de baba, como los koanes o los caracoles.
Perora que la magia consiste en que otras personas te
transfieran su sentido de la realidad.
Optó por las ciudades en lugar de las selvas o las ruinas.
Masticaba tentáculos de ideas oscuras.
Masticaba esfínteres de esfinges.
No confía en —ni alaba— las sonrisas de las chicas bonitas y
valientes que sostienen el mundo.
No sé a qué se refiere cuando dice que la memoria es un
fantasma gradual.
No sé a qué se refiere cuando dice que tienes que saber qué
es un objeto antes de poder
fijarte en él.
No hay ideas ni experiencias detrás de sus palabras.
No aprendió a socializar con ventaja.
Se comporta como si estuviera leyéndonos la mente en voz
alta.
Me ofende que se burle de las flores
inusitadamente bellas
de plástico del parque.
Julián Herbert, La parte quemada, UAZ, México, 2023.
Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” 2022.