Autorretrato
Me busco en un espejo sin reflejo alguno,
y decido dibujarme a tientas, de memoria,
entre sueños y recuerdos, en montañas rotas.
Trazo mis rasgos insomnes de pasión intangible,
de colibríes anidando en mi cabello,
y mi amor por la lluvia, los gatos, los adobes,
las margaritas y los poetas.
Me dibujo en una hoja pálida de otoño,
en el viento, en el muro, en mi cama y en mis rodillas.
Me desdibujo, Penélope, al tejer y destejer,
Al amar y desamar desnuda.
Mi rostro tiene forma de silencio,
quizás porque morí el siglo pasado.
Olvido
En un silencio estival
de puerteas entreabiertas
y noches complicadas
pierdo tu nombre y tu figura.
Lleno mis ojos con humedad de lluvia,
lleno mis sueños con ansiedad volátil.
Repaso mis olvidos con hebras en los dedos
que al final se anudan
sin decirme nada.
Sí recuerdo tu sombra en tempestades,
que se despliega, que se va conmigo,
también recuerdo tu voz,
palpitar enajenada
persuadiéndome con poemas y falacias.
Me recuerdo a mí sin voluntad,
Ana
¿en dónde estabas cuando fuimos plenos?
Hay un presagio entre las manecillas del reloj,
los tiempos de cumplen, el final se acerca.
Peregrina has llegado y así quieres partir.
Deja en el perchero tu corazón de seda,
pendiente nido de oropéndola
tibio refugio de mis resquemores.
Bésame los ojos, hechicera,
levita a mi costado. Liviana.
Trastócame con palabras inauditas
en veladas nostálgicas…alcohólicas.
Me pierdo
entre el malabarismo de tu trenza,
donde la nieve habita.
Te conocí tarde,
cuando la vida había dejado surcos en mi frente
y constelaciones en tus manos.
Ana, la de los ojos marinos, pisadas menudas
y carcajadas de tabaco.
Ríe, déjame en esa risa de mujer madura,
todo el pasado de una historia que se desvanece
como el violeta occiduo detrás de la montaña.
Nevada
Enero cubrió tus pies
para dejar en ellos su blancura.
Me miras,
gélida,
desde la transparencia de tus ojos,
diamantes tan duros
como tu arrogancia.
Amo tus ojeras, nocherniega,
y el casi beso de tu nariz rozando con la mía.
Tu indignación me pesa
cuando te sabes perfecta,
y me dominas con tu obstinación.
La divinidad existe en ti.
Ártico
Empiezas en la comisura de mis labios,
al entibiar con mi aliento tu prímula de enero,
esa que ocultas con celo debajo de la nieve.
Sólo yo puedo saber dónde terminas
cuando tu manantial deshiela entre mi lengua.