SARA ANDRADE
No soy inmune a los encantos de los rituales de Año Nuevo. No soy inmune a ningún ritual, debería decir, de hecho. Es una de mis cosas favoritas de ser humana (ahí entre la lengua y la sopa instantánea) y soy una fanática amateur, una coleccionista aficionada de los pequeños rituales de la vida diaria. Me gustan los grandes ritos iniciáticos hasta las costumbres nicho, que solamente le pertenecen a una persona en determinados momentos de su vida.
Me encanta la idea de que los seres humanos de hace siglos y siglos miraron el cielo y determinaron que los días más cortos y más fríos representaban la muerte de sus espíritus y que con la llegada del calor y brillo de la primavera, volvían a nacer. Adelantados a su tiempo, realmente. Quizá ahora, en 2024, nos falta un poco más de la solemnidad de nuestros antepasados. De su honestidad, tal vez.
Los ritos del solsticio de invierno se sienten mercantilizados. Ahora puedes entrar a Etsy y comprar una hoja de Excel para llenar con una tipografía bonita tus propósitos de Año Nuevo. Ahora puedes entrar a Temu y darle vuelta a su ruleta para ganarte un envío gratis en la agenda y pegatinas que podrás usar para llenar el resto del año. Ahora puedes usar un hashtag para avisarles a todos, en Twitter o TikTok, que este año, no como el pasado (y el pasado, y el pasado y el pasado) estás listo para tomar el toro por los cuernos. Estéticamente, claro. Cero cringe.
Pero un ritual es cringe, creo fervientemente. Así como una fiesta de Quince Años siempre es humillante antes, durante y después de hecha, pero hecha hermosa gracias a su importancia, creo que es bueno tener rituales que sean ridículos y sin sentido, pero que, en cambio, están henchidos de significado. Barrer la puerta de tu casa para que no entren las malas vibras, sacar las maletas y correr por la calle para viajar mucho, usar ropa interior amarilla para tener dinero, retacarte la boca con doce uvas y doce deseos, que son demasiado para tu corazón y para tu garganta. Aquello que clama tu corazón nunca ha sido bonito para el feed de Instagram. El deseo humano nunca ha obedecido las reglas de la institución de la belleza. A veces es feo, a veces es endeble, como un carrizo, a veces es brutal y espacioso y no cabe dentro de 240 caracteres o no tiene la potencia para hacerse viral por su simetría.
Mi propósito de 2024 es, por tanto, ser más honesta. Aceptar que, a veces, soy terriblemente fea y vulgar y poco uniforme. Mi propósito es estar menos curada para los ojos de los demás y, en cambio, mirar hacia el cielo y congratularme de que puedo ver el paso del tiempo con mis ojos, con mi intelecto, con mi propio cerebro. Ese gran cerebro Homo Sapiens Sapiens, que me heredaron esos humanos antiguos que al ver que el día comenzaba a alargarse dijeron, con toda la seriedad del mundo: Puedo comenzar de nuevo.