
ANA GUERRA
La película Cónclave, dirigida por Edward Berger y basada en la novela de Robert Harris, es una obra sobria, elegante y profundamente política que, bajo el ropaje de un thriller religioso, expone los mecanismos del poder más allá de la fe. Con el cónclave papal como escenario cerrado —literal y simbólicamente—, la cinta disecciona no solo las intrigas vaticanas sino también las estructuras invisibles que sostienen el orden de lo sagrado, de lo masculino, de lo jerárquico.
La narración se construye como una coreografía en penumbra. Una vez fallecido el papa, 118 cardenales son encerrados en la Capilla Sixtina para elegir al nuevo sumo pontífice. El protagonista, el cardenal Lomeli (interpretado con sutileza por Ralph Fiennes), es designado como el decano del cónclave, una figura encargada de coordinar el proceso y velar por la transparencia. Pero muy pronto, lo que parece un procedimiento de elección divina se convierte en una serie de maniobras políticas, confesiones inesperadas y revelaciones que tambalean los cimientos de la Iglesia.
Berger filma con una precisión contenida. Cada plano refuerza la claustrofobia del lugar, el peso del rito y el conflicto entre la fe y el poder. La luz tamizada por las vidrieras y el murmullo constante de los rezos son elementos sonoros y visuales que nos sitúan en un espacio que parece suspendido en el tiempo, pero que en realidad está empapado de historia, culpa y estrategia.
León XIV y el giro inesperado: la política real se acerca a la ficción
La reciente elección del papa León XIV, en el mundo real, ha sido leída por muchos analistas como un intento del Vaticano de reconciliarse con su presente. Su perfil más aperturista —en cuanto a ecología, derechos humanos y modernización interna— ha sido celebrado por sectores progresistas, aunque no sin resistencia. En este sentido, Cónclave anticipa, o al menos refleja, la complejidad de este tipo de decisiones, que están lejos de ser únicamente espirituales.
Lo interesante es cómo la película no se queda en la superficie de una elección eclesiástica, sino que escarba en la ambivalencia moral de quienes ostentan el poder religioso. El personaje de Lomeli es clave: un hombre creyente, sí, pero también atormentado por la posibilidad de que la Iglesia que sirve sea incapaz de regenerarse. Su figura contrasta con la de otros cardenales movidos por la ambición, el temor o el conservadurismo más férreo.
En este contraste podemos trazar un paralelismo con la elección de León XIV. Aunque no hay una correlación directa entre personajes y figuras reales, el filme y el evento comparten una misma tensión: ¿puede una institución tan anclada en el pasado reformarse desde dentro? ¿Qué concesiones debe hacer el poder religioso para mantenerse vigente en un mundo cada vez más secular y plural?
La estética como signo de poder
Desde una mirada crítica, Cónclave también puede leerse como una película profundamente simbólica. La Capilla Sixtina, con sus frescos de Miguel Ángel, no es solo un decorado majestuoso: es un símbolo del peso de la tradición y del arte como medio de legitimación del poder. La elección papal se da bajo el Juicio Final, esa pintura que recuerda constantemente la vigilancia divina, pero también el castigo. Y es ahí donde el filme juega con el doble discurso: lo visible y lo secreto, lo sagrado y lo corruptible.
Las vestimentas, los rituales, la lengua latina, los silencios: todo está coreografiado para crear una atmósfera de autoridad inquebrantable. Pero Berger, con sutileza, permite que las grietas se filtren. La tos de un cardenal, una mirada de sospecha, un sobre abierto en la penumbra: pequeños gestos que humanizan lo que se presenta como inmutable.
En comparación, el arribo de León XIV, con su discurso inaugural más horizontal, más humano, rompe con esa teatralidad. No renuncia a ella —el Vaticano no puede permitirse tal cosa— pero la matiza. Y eso, más allá de la fe, es un gesto profundamente político.
Entre ficción y fe, el poder se revela
Cónclave no es solo una película sobre el Vaticano: es una obra sobre el poder como ritual, como representación, como secreto compartido. En tiempos donde las instituciones se ven obligadas a reinventarse, esta cinta funciona como advertencia y espejo.
La elección de León XIV ocurre en un contexto real donde el mundo exige a la Iglesia respuestas más claras frente a la desigualdad, la violencia sexual, la crisis climática y la diversidad. Cónclave, en cambio, nos recuerda que incluso los gestos más solemnes esconden tensiones humanas, alianzas rotas y pasados que no dejan de pesar.
Entre el incienso y las urnas, entre la sotana y la duda, el arte y la política vuelven a cruzarse en ese lugar ambiguo donde se decide el destino de millones. Porque incluso cuando se invoca al Espíritu Santo, lo que se juega es, en el fondo, la lucha por el sentido del presente.