Por Carolina Díaz Flores
En el marco del 10 de Septiembre, día en que se promueve a nivel mundial la prevención del Suicidio, es pertinente abordar uno de los aspectos más importantes de este fenómeno, es decir: las conductas que preceden y/o indican que un individuo pretende consolidar el fin de su propia vida. Para aclarar el panorama de este problema de salud pública, se debe decir que las conductas suicidas son desde el suicidio consumado hasta el intento de suicidio.
Un gran número de estos suicidios consumados, fueron precedidos por intentos (en general, los hombres acumulan menos intentos y lo logran en el primer evento, a diferencia de las mujeres, que acumulan más intentos. Esto se debe a una causa sencilla: los hombres optan por formas de suicidio violentas como ahorcamiento, disparo, cortar las venas, etc…mientas que las mujeres, optan por intoxicación medicamentosa en la mayoría de los casos, la cual da un margen de tiempo mayor para actuar y evitar la muerte).
Para decir que un individuo tiene conductas suicidas se deben considerar dos características: la primera de ellas es que se busca de forma intencional la muerte y en segundo lugar que es de sí mismo del que se busca terminar la vida, ya sea con acciones activas como intoxicarse voluntariamente o pasivas como conducir negligentemente bajo los efectos de alcohol o drogas, no usar cinturón de seguridad aún a conciencia del riesgo, etc.
Diversos factores influyen en el comportamiento del suicida, entre los que se incluyen la aceptación moral o no de sus acciones. En la actualidad, se agregan condicionantes como los avances tecnológicos, que modifican de manera sustancial la manera en que nos relacionamos con el resto de la comunidad. Por ejemplo, hoy en día es posible estar absolutamente solo en una habitación, pero al mismo tiempo, comunicarse con decenas de personas, esto hace que los vínculos interpersonales sean cada vez más frágiles, que el aislamiento sea muy habitual y que las conexiones con el resto de la comunidad sea superficiales.
Es innegable que el impacto social de un suicidio no disminuye con el paso del tiempo. Lo habitual, es que todas las sociedades sancionen negativamente al suicida (e incluso a su familia). En la cultura judeo cristiana (hegemónica en nuestro país), se promueve la aceptación de la vida y la muerte como dos procesos naturales y esperados, que implica aceptar la voluntad de un ser superior, e ir en contra de dicha voluntad, puede condicionar que se requiera de apoyo psiquiátrico, el individuo que San Agustín consideró como pecador, se convierte ahora en un enfermo susceptible de ser intervenido, medicado y aislado hasta que elimine aquellas conductas que van en contra de lo considerado correcto por la moral.