Enrique Garrido
En un encuentro digno de la literatura borgeana, conocí a un hombre en una fiesta y lo reconocí en otra, misma cara y altura, mismos rasgos y matices de voz, pero… ¿era el mismo? Como si habitara una versión mexiquense de la cinta Body Snatchers (Usurpadores de cuerpo, 1993, Abel Ferrara), juzgué que, pese a todas las similitudes, algo no era igual. Recordé que se trataba de un hombre con humor bastante particular, muy suelto, divertido y amigable; sin embargo, su doble era frío, calculador y expresaba comentarios que invitaban a mantener una sana distancia.
Renuncié a la idea de la invasión extraterrestre tras un breve repaso en la memoria, descubriendo así la diferencia entre las versiones de nuestro querido amigo: una botella de tequila. Corrían los tiempos de la pandemia, así como de la campaña masiva de vacunación. Una vez que nos colocaban la vacuna, sumado al miedo de la reacción, la recomendación era no beber alcohol para maximizar los efectos de la aburrida sustancia.
Cabe señalar que yo también había visitado a Baco el día de nuestro primer encuentro; por lo que imagino él también experimentó la novedad en nuestro reencuentro. Dos doctores Jekyll se volvían a ver después de una amena convivencia de misters Hyde. Sin embargo, de acuerdo con testimonios de amigos y familiares que han estado con mi doppelgänger, mi mutación no es tan extravagante, por lo que jamás me han negado su amistad o un trago. Esto habla muy bien de mí, o muy mal de ellos.
Sin duda el estado etílico revela distintos monstruos, o, como diría Charlie Chaplin, “el verdadero carácter de los hombres aparece cuando están borrachos”. Por ello, se recomienda beber, o vivir, con moderación, lo que mejor nos vaya.
Así, pienso en la cantidad de bebidas estimulantes que consumo, pues, si bien al griego Dioniso lo visito en ocasiones especiales, soy un asiduo del brebaje que mantenía activo a Balzac: el café. No hay mañana que no tome, por lo menos, 3 tazas de este menos pecador elíxir. ¿No me creen? Resulta que el café era una bebida de los mahometanos, por lo que era mal visto por la iglesia. El papa Clemente VIII, cuando la probó, quedó maravillado y dijo «esta bebida de Satanás es tan deliciosa, que sería una lástima dejar a los infieles la exclusividad de su uso. Vamos a bautizarla y así haremos de ella una bebida cristiana”.
De este modo, el café se ha vuelto parte esencial de nuestra vida, y, en muchos casos, no entendemos la existencia sin él. Para Immanuel Kant, «la amistad es como el café, una vez fría nunca vuelve a su sabor original, aún si se recalienta», una analogía que los cafeinómanos entendemos a la perfección.
Al final del día, admiro a quienes tienen la fuerza de voluntad para llevar una vida sana, ya sea por gusto o por necesidad. Desconozco dónde encuentren ese impulso que me dan estos estimulantes.
Resulta enigmático, tanto como averiguar sobre su consumo, pues, en palabras de Enrique Jardiel Poncela «el amor, el tabaco, el café y, en general, todos los venenos que no son lo bastante fuertes para matarnos en un instante, se convierten en una necesidad diaria».
Me encuentro atónito, escribo esto desde el desconcierto, acompañado como siempre de mi taza de café.