MARCO ALEXANDER HERNÁNDEZ GONZÁLEZ
Activo ese pequeño mecanismo con mi dedo pulgar, del cual brinca una roja chispa y enciende el lento flujo de gas creando así una tímida, pero bella flama de mi viejo encendedor, es el de la suerte pienso yo, dudo que de suerte si hasta hace poco la negra enfermedad por poco me logra asfixiar; sin embargo, aún conociendo el riesgo, acerco esa pequeña flama al cilindro de papel que sostengo entre mis labios, me hace mal, yo lo sé, pero aun así decido que en cuanto el denso humo se comienza a apreciar dentro de mi boca sutilmente lo tomaré, saboreándolo con cada papila de mi lengua, impregnando totalmente de su intenso aroma cada parte de mi boca.
Luego de un ligero movimiento, haré que aquel humo entre gris y negro baje por mi garganta quemando e irritando centímetro a centímetro hasta llegar a mis pulmones, donde se encuentra escondida desde hace muchos años aquella brutal enfermedad. Este simple humo le sirve de alimento y a mí me funciona para calmar la ansiedad, para dejar de pensar en ti, es un ganar-ganar para ambos: ésta se alimenta de mí y de mi repetitiva acción y yo con gusto me dejo tomar por sus negras manos para prontamente sumirme en su completo sueño, del cual no hay regreso.
Para finalizar este viaje, después de mi completa relajación y del hambre saciada, repite el mismo trayecto, pero ahora en sentido inverso, para volver a salir a la luz un poco menos denso, fielmente acompañado de ese pequeño soplo de mi mísera vida. De esta forma es como vivo día con día, el mismo ritual con las mismas situaciones dolorosas propias de tu indiferencia, confusión e inconsciencia, propias también de mi falta de autoestima, poca confianza y terrible crisis existencial.
Y es que no sé cómo vivir sin estar así porque con tus simples y bellas palabras me haces sentir en el mismo cielo, pero al momento de tus acciones me haces darme de bruces con el suelo, mucho gusto me daría que, como me exiges que me detenga a pensar en lo que soy, te detengas tú también.
Hombre, decide, estás dentro o estás fuera y si estás dentro, por qué temes salir. Deberías dejar de tener terror a la gente, ellos no dejarán de ser lo que son y tú no deberías de definir lo que eres por seres llenos de odio y repulsión, pero tal vez tú solo juegas, tal vez tú sólo tomarás de mí y de mi triste vida lo que necesitas y luego volverás a encerrarte en tu pequeña celda.
Hombre, decide, eres o no.