FROYLÁN ALFARO
Imagina, querido lector, que caminas por la calle y ves un letrero que dice: “Pan recién horneado aquí”. Sin pensarlo mucho, entras a la panadería esperando encontrar pan caliente. Pero, ¿qué hace que esta creencia sea justificable? ¿Basta con haber leído el letrero, o hay algo más en juego? Es decir: ¿Cuándo podemos decir que creemos en algo con justificación?
El concepto de creencia justificada es central en la epistemología, el estudio filosófico del conocimiento. Desde Platón, el conocimiento se ha concebido clásicamente como “creencia verdadera justificada”. No basta con que creas algo ni con que sea cierto; también necesitas una razón válida para sostenerlo. Si entras a la panadería y, efectivamente, hay pan recién horneado, tu creencia era verdadera. Pero si entras y descubres que el letrero no se ha cambiado en semanas y no hay pan caliente, entonces tu creencia era errónea, aunque parecía justificable en el momento.
Ahora, imagina que miras un reloj de pared y este marca las tres en punto. Con base en esta observación, crees que son las tres en punto. En condiciones normales, esto parecería una creencia justificada. Sin embargo, si el reloj está averiado y se ha detenido justo a las tres, tu creencia resulta ser correcta por casualidad, no porque estuviera bien fundamentada. Este tipo de problema es lo que Edmund Gettier utilizó para desafiar la definición clásica del conocimiento.
La pregunta sigue siendo: ¿qué hace que una creencia esté realmente justificada? En la vida cotidiana, solemos confiar en la evidencia sensorial, el testimonio de otros o el razonamiento lógico. Si un amigo confiable te dice que lloverá mañana y lo dice basándose en un pronóstico del tiempo, su afirmación parece justificada. Pero si simplemente lo dice sin ningún fundamento, la justificación desaparece, aunque por casualidad lo que dijo resulte verdadero.
Algunos epistemólogos han tratado de resolver estos problemas proponiendo teorías alternativas. El fiabilismo, por ejemplo, sugiere que una creencia está justificada si proviene de un método confiable. Volviendo al reloj, si normalmente funciona bien y no hay razón para dudar de él, entonces confiar en la hora que muestra es razonable. Sin embargo, si sabes que está descompuesto y aun así confías en él, tu creencia ya no estaría justificada.
Otro enfoque es el fundacionismo, que sostiene que algunas creencias son justificadas sin necesidad de apoyarse en otras. Por ejemplo, si ves que el cielo está cubierto de nubes oscuras y hueles la humedad en el aire, puedes creer justificadamente que lloverá sin necesidad de que alguien te lo diga. Tu experiencia directa te proporciona una base confiable para esa creencia.
Hasta aquí, probablemente usted lector me cuestione con interrogantes como: ¿eso es importante para la vida cotidiana? Pues ciertamente a veces la filosofía parece inútil. Pero, en un mundo donde la información fluye constantemente desde redes sociales, noticieros y conversaciones informales, necesitamos evaluar qué creencias son justificadas y cuáles no. Si compartimos una noticia sin verificarla, podríamos estar difundiendo una falsedad. Si tomamos decisiones basadas en suposiciones infundadas, podríamos cometer errores costosos.
Al final, la pregunta sobre qué hace que una creencia esté justificada sigue abierta, como casi todas en filosofía. Pero lo que sí sabemos es que, en nuestra vida cotidiana, constantemente evaluamos evidencias, confiamos en fuentes y usamos el razonamiento para distinguir entre lo que tiene sentido y lo que no. Querido lector, tal vez nunca logremos una teoría perfecta de la justificación, pero la práctica de reflexionar sobre nuestras creencias es, en sí misma, un avance en este sentido.