DANIELA ALBARRÁN
Soy o fui tricolomaniaca desde que tengo uso de razón; a tales grados que en alguna ocasión estuve a punto de terminar calva y ser trico ha definido mi existencia de muchas maneras, y una de ellas, y quizá la más notoria ha sido la relación que tengo con mi cabello.
No recuerdo cuándo fue la última vez que tuve el cabello largo, pero sí recuerdo cuándo fue la primera vez que me lo cortaron. Tenía 9 años y estaba a punto de entrar a la escolta de la primaria. No era algo que me emocionara realmente, pero lo que sí recuerdo fue que le marcaron a mi mamá para decirle que yo no podía ser parte de la escolta porque cada día tenía menos cabello, me estaba quedando calva.
Yo no lo notaba, si me lo preguntan; pero desde entonces entendí que el cabello, el mío y el de todas las mujeres, es parte, de alguna forma, de nuestra personalidad, que delimita los lugares a los que podemos o no acceder; que el cabello es, per se, una postura frente al mundo, y también es un punto definitorio de cómo nos va a tratar las otras personas.
Pienso mucho en el cabello últimamente, primero, porque lo he tenido corto durante muchos años por los motivos anteriormente mencionados, pero también porque nunca le había puesto atención, de alguna forma vivía peleada con él. No lo soportaba largo, no lo cuidada, no lo cepillaba. Pensar en él, tocarlo, era un asunto de terror, de resistir constantemente mis impulsos.
Desde hace un par de meses decidí, a fuerza de mucha voluntad, de mucha retrospección, cambiar mi relación con él. Cada cm que crece es una victoria contra mí misma. Y, en este camino de la relación que tengo con mi cabello, he pensado mucho alrededor de la cultura del cabello.
Por ejemplo, mantener un cabello sano-peinado, es muy costoso. Sigo en fb un grupo que se llama Morritas tacañas, y uno de las discusiones más comunes se tornan sobre el cabello: alisados permanentes, cómo teñirlo más barato, cómo hacerlo rubio, cómo quitar canas, cómo mantenerlo sano vs calor, donar el cabello, vender el cabello, shampoos, tratamientos, etc. Y las conclusiones de todas, prácticamente, es que no se puede tener un cabello normativo de manera económica.
Y el cabello es entonces una narrativa que nos tiene un poco atadas a un sistema económico, que se mantiene de una necesidad creada, de que el cabello tiene que ser o estar peinado de una manera específica que nos permita acceder a ciertos lugares. Me he cuestionado mucho esto: ¿por qué nos peinamos? ¿Por qué nos alaciamos? ¿Por qué nos hacemos rizos? ¿Por qué elegimos pintarnos el cabello de cierto color?
Es verdad que el cabello, sí, es parte de nuestra historia, pero también es parte de un sistema que perpetúa la explotación de nuestros cuerpos. Lo menciono así de radical, porque las mujeres constantemente “invertimos” exorbitantes cantidades de dinero en su “cuidado”; el cabello determina el “estatus económico-social-culturaL-salud” de una mujer. Me vuela la cabeza pensar en todos los temas que pueden surgir a través del cabello, desde la elección del color, los productos que se utilizan, hasta los momentos en que las madres/padres peinan a sus hijes.
Quizá sólo pensamos en el cabello como algo que está ahí, sin embargo, es parte de la narrativa personal, pero también es un símbolo de las creencias y posturas que nos conforman.