
ENRIQUE GARRIDO
¿Qué les iba a contar? Odio cuando me pasa esto…Sí, no recordar de qué estaba hablando. No he dormido bien en las últimas semanas. Ya sea por velar el sueño de otras personas, ya sea por el estrés, por terminar mis pendientes, tratar de leer más, alcanzar a ver más series, lavar trastes, ropa, limpiar, escribir… Siempre recuerdo aquella frase de Erich Fromm de que “durante la noche estamos medio dormidos y por la mañana medio despiertos” y la verdad es que dormir se volvió un lujo mal visto, pues podré olvidar muchas cosas menos esa máxima de “a descansar a la tumba”. ¿Qué me está pasando?
La literatura siempre me ha dado los mejores diagnósticos a través de la comunicación en ausencia, de la soledad de las letras, en el reflejo de las palabras. Leo que en un pueblo remoto llegó una enfermedad silenciosa y persistente que impide dormir, lo que acarrea una ola de olvido. Desde el nombre de las cosas, sus usos, y finalmente su propia identidad. Gabriel García Márquez nos cuenta en Cien años de soledad sobre la peste del insomnio en Macondo, una alegoría del olvido colectivo, la fragilidad de la memoria histórica y la absurda confianza en los signos para sostener el mundo. No duele, no mata, pero desarraiga.
En unos estudios clínicos del National Sleep Foundation y Harvard Medical School se confirmó que el uso de pantallas por la noche está vinculado con somnolencia diurna, despertares nocturnos y fatiga crónica, afectando el bienestar mental y físico, así como el rendimiento académico y laboral. Volviendo a Macondo, el mal contagia la realidad misma, por ello José Arcadio Buendía intenta combatirlo rotulando los objetos como «esto se llama vaca», pero la escritura también resulta insuficiente. Pienso en eso y en la cantidad de aplicaciones en nuestros teléfonos que nos avisan cuándo comer, trabajar, dormir y organizar nuestros días, pues el cansancio nos impide llevar un control sano.
Si el día no nos da para terminar todos los pendientes, invertir en acciones y bajar nuestro colesterol, una culpa nos invade. Cómo es posible que en la era de la información, de los grandes avances y las oportunidades, perdamos el tiempo descansando. Eso es un pecado consignado en la Biblia: la pereza.
La filósofa y feminista francesa Sylviane Agacinski señala que el cuerpo a veces se resiste cuando el tiempo está colonizado por la obligación constante de producir, así la procrastinación es una defensa ante un ritmo de vida que no deja espacio para el descanso ni para el deseo propio, una pausa involuntaria frente al vacío. Por su parte, para Byung-Chul Han vivimos en una cultura que no permite detenerse. Todo debe hacerse ya y todo depende de uno. La procrastinación se vuelve una señal de saturación, no de falta de disciplina. El cuerpo no da para más y en vez de rendirse se bloquea.
Tras estas reflexiones trasnochadas, escroleo en la madrugada y mis ojeras se detienen en una declaración. El Shark Tank Rodrigo Herrera Aspra, dueño de la empresa Genomma Lab y capitalista aspiracional, confiesa que únicamente duerme tres horas al día, pues no puede hacerlo más tiempo por las grandes responsabilidades que tiene, el trabajo es su rutina diaria, por ello hasta los domingos no duerme mucho. Me imagino que, si sigo así, en breve tendré una empresa de medicinas, encontraré la cura a la peste del insomnio y terminaré todos mis pendientes, pero, ¿qué les iba a contar?