El cuerpo como material maleable
Me convertí en tu sombra,
tu mano nunca correspondió el sudor de mi caricia
y por ello en mis caderas no hay más alimento que pueda llenarte.
La saliva empieza a hacer fracturas desde la ansiedad del estómago
hasta dejarnos vulnerables el revestimiento mucoso del tejido.
Detrás de mi pronunciación
-cada vez más trémula-
se oculta mi verdadera voz,
como los pájaros que alguna vez tuvieron alas,
y no digo tu nombre
para no levantar aquella tierra aplanada por los días.
Finalmente, me marcho con la evidencia y la mordaza
sabiendo, que, como vos,
también me odio.
Reflejo
No sé extender mis dedos más allá de la inquietud,
y por ello quisiera no haber podido escribirte nunca.
Pero justo ahora
solo estás vos al otro lado del agua,
aquel manto acuífero donde lloran los que reciben más de un nombre.
Súplicas
Encuentra la manera de arrancarme los ojos con los dientes
mientras respiro en tu cuello tibio.
Rómpeme las piernas
para no alcanzar la salida.
Quiero que se me pudra la carne
y me hallen las hormigas,
que las moscas no quepan en mi boca
porque los gusanos llegaron antes
y se aparearon con tu nombre
que nunca dejó mi lengua.
Vivir o respirar
Me confías tu angustia
y tu deseo de caminar al principio,
tu boca pronuncia las palabras que nadie se atreve a escuchar
y tus ojos tristes rezan como aquel que no puede huir de la niebla.
No tocas la tierra, ni las flores.
[Sentirse parte de las sábanas es el gemido agrio de los desahuciados]
Tus huesos son el enemigo inédito del cuerpo en la cama
y tu estómago es el abismo donde arden los gritos vulnerables.
Perdiste la fuerza y el apetito.
Tu voz ronca no despertó al alba
y no volví a escuchar tu risa,
ni mi nombre que sonaba suave y firme
cuando nacía de tu garganta.
Solo entonces pude ver las arrugas en tus manos
hasta saberlas de memoria.
Y afirmo con la lágrima de quien no posee ningún derecho afirmar:
Nadie ha probado el suplicio de saberse carcomido por dentro.
Los muertos sí.
Y los muertos de cáncer aún más.