
Algunos sueños no despiertan con la luz: se encienden con código, chispa y necedad. Zacatecas, cantera de voces, ahora lo es también de ideas. No de las que se piensan sentados, sino de las que se arman con desvelo, herramientas y tiempo compartido.
Ver crecer a un amigo es como ver crecer un robot: partes dispersas que, un día, se alinean con un propósito. Henry Villagrana Rojo no es nuevo en el mundo de los imposibles. Lo conozco desde los 15 años con la curiosidad sobre los funcionamientos ya en él: se interrogaba el mundo y se rebelaba en contra de lo establecido, no aceptaba certezas sólo por que sí. Hoy, ese mundo se ha vuelto realidad programada: una estructura que anda por la cancha, un circuito que piensa, un equipo que resiste, sin certezas, continúan las interrogantes y por eso se avanza.
El Torneo Mexicano de Robótica 2025 fue más que una competencia. Fue un campo de pruebas para la voluntad. Dos equipos zacatecanos entraron sin garantías ni pronósticos y salieron con el oro en las manos: en la categoría de conducción autónoma domaron algoritmos; mientras que en el fútbol robótico, jugaron partidos que no sólo eran de estrategia, sino de fe.
Porque, como en el fútbol de carne y hueso, en el de cables y sensores también hay partidos perdidos, remontadas y milagros. El primer encuentro lo jugaron con un solo robot —los otros tenían tres— y aun así ganaron. El segundo lo perdieron, empujados por máquinas más pesadas. Pero no fue derrota: fue diagnóstico. Ajustaron el peso, reprogramaron el alma del equipo y salieron al día siguiente con la templanza de quien ha aprendido más de la caída que del triunfo.
Ganaron dos veces seguidas para ser campeones. No solo vencieron a los otros: vencieron al cansancio, al error, al reflejo de la luz que confundía a las cámaras. Durmieron poco y pensaron mucho. Lo técnico se volvió ético: ¿cómo seguir cuando todo falla? ¿cómo competir sin certezas? La respuesta fue clara: “con resiliencia, adaptabilidad y abnegación”, como nos cuenta Henry.
Esta victoria, sin embargo, no es sólo una anécdota: es una semilla. El conocimiento no es patrimonio de unos pocos; Henry lo sabe, por eso habla de dejar camino a los que vengan, de no empezar de cero cada año, de colaborar con otros equipos del país.
Este, queridas lectoras y estimados lectores, es un testimonio de jóvenes que no esperan que el mundo cambie, sino que lo rediseñan con piezas recicladas y noches sin dormir. No lo olviden, con el esfuerzo juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero