DANIELA ALBARRÁN
Han pasado ya muchos años desde que leí Crimen y Castigo; sin embargo, todavía recuerdo vivamente lo que experimenté a lo largo de toda la novela mientras Raskólnikov “confesaba” su crimen sin llegar a admitirlo explícitamente. Aquella angustia, aquella paranoia insoportable hasta su encuentro y confesión con Porfirio y su posterior paz, la redención que finalmente sintió cuando todo el mundo supo que él era el culpable.
Resulta interesante cómo, al comenzar la lectura de Un lugar desconocido, del escritor japonés Seicho Matsumoto, no pude evitar establecer un vínculo entre Raskólnikov y Asai, dos personajes que cometen un crimen atroz, y cómo el desarrollo de su conciencia desencadena sus acciones hasta llevarlos inevitablemente a la confesión.
La trama de Un lugar desconocido gira en torno a Asai, un funcionario gubernamental que lleva una vida más bien monótona, con un sueldo suficiente, una esposa que lo espera en una casa bonita y un futuro aparentemente libre de angustias. Sin embargo, un día, todo se desmorona cuando recibe la noticia de la muerte de su esposa.
A raíz de este suceso, Asai comienza a investigar obsesivamente las circunstancias de la muerte de su esposa, hasta que finalmente descubre algo que nunca habría deseado saber: su esposa le era infiel. Hasta aquí la novela puede parecer predecible y, hasta cierto punto, lenta, pero tras este descubrimiento, la trama se sumerge en una oscuridad creciente a medida que Asai comienza a perder la cordura.
El amante de su esposa resulta ser una persona común y corriente; sin embargo, conforme pasa el tiempo, la obsesión de Asai lo lleva a confrontarlo y es en ese enfrentamiento “amistoso” en el que todo se descontrola.
No es sorprendente que, en un arrebato de locura y desesperación, Asai termine por asesinar al amante de su difunta esposa. Lo verdaderamente sorprendente es lo rápido que puede cambiar el curso de la vida de una persona. Asai se convierte en un asesino, pero nunca lo planeó ni siquiera lo consideró; simplemente quería entender por qué su esposa le era infiel. Sin embargo, como suele ocurrir, un momento de fatalidad puede desencadenar una cadena de desgracias. No sólo comete el asesinato, sino que lo hace con una brutalidad que ni él mismo habría imaginado.
Este giro en la trama me recuerda a la situación de Raskolnikov cuando asesina a la usurera y, por ende, a su sobrina. Dos individuos que, en un principio, llevaban vidas comunes y corrientes, sin estar destinados al fracaso ni al éxito, pero que en un instante de locura todo se vuelve en su contra.
A partir de esto, me surge la pregunta: ¿qué lleva a una persona a convertirse en un asesino? De pronto pienso que simplemente son las circunstancias; un segundo, un solo segundo de malas decisiones puede definir el resto de tu vida. Y no sólo eso, sino que las consecuencias sociales pueden ser nulas, aunque en el caso de los personajes, al final no lo son, sino cómo esas decisiones influirán en la construcción del pensamiento y su conciencia durante el resto de sus vidas, así como la toma de decisiones futuras. Vaya, cada decisión, cada palabra que utilizan está condicionada a confesar o no el crimen, a ser o no descubiertos.
Asai, por ejemplo, intenta seguir con el curso natural de su vida y, en su mayoría, lo logra. Sin embargo, hay momentos en los que la culpa se filtra en su mente y, atormentado, comienza a manifestar paranoia. La angustia que él experimenta es palpable y al leer la novela también yo la experimenté. De hecho, aún siento las manos sudorosas y las piernas temblorosas debido a la paranoia que el personaje me provocó.
En conclusión, considero que siempre vale la pena explorar obras de escritores japoneses y en especial las de Seicho Matsumoto, un maestro en la novela noir, cuya prosa sigue tan vigente hoy como lo era hace treinta años, que dejó este plano terrenal, retratando las diversas culpas que todos llevamos dentro.