FROYLÁN ALFARO
Imaginemos, querido lector, un héroe y un villano enfrentados en una encrucijada moral. Ambos tienen el poder de cambiar el destino del mundo. El héroe, en su afán por salvar a la humanidad, sacrificaría aquello que más ama. El villano, en cambio, destruiría el mundo entero por proteger lo que más le importa. Aunque sus acciones son opuestas, ambos están motivados por un ideal que consideran superior. Este enfrentamiento, que parece sacado de las páginas de un cómic, plantea una pregunta filosófica profundamente humana: ¿qué valor tiene la justicia cuando está en juego la paz?
La escena se asemeja mucho a los dilemas de la vida real. Pensemos en una comunidad donde reina una calma aparente. No hay disturbios ni violencia, pero esa tranquilidad oculta una profunda injusticia: una parte de la población vive marginada y silenciada. La pregunta es inevitable: ¿vale la pena sacrificar esa paz aparente para buscar justicia? ¿O mantener la paz, aunque sea imperfecta, es la opción más sabia?
Filósofos como Immanuel Kant y John Rawls han reflexionado sobre este dilema. Para Kant, una paz verdadera sólo puede construirse sobre principios de justicia; cualquier otra cosa sería una tregua temporal. Rawls, por su parte, sostenía que una sociedad estable necesita ser justa, asegurando igualdad y equidad para todos. Sin embargo, hay quienes argumentan que, en ciertas circunstancias, la paz puede requerir compromisos que no siempre coinciden con ideales de justicia.
Pensemos en un caso real. En muchas ciudades, la construcción de grandes infraestructuras ha llevado al desalojo forzado de comunidades enteras. Los responsables argumentan que estos proyectos benefician a la mayoría: mejor transporte, una economía más eficiente, y un desarrollo más moderno. En el corto plazo, estas decisiones traen calma y orden, evitando protestas masivas. Pero para las familias desplazadas, la pérdida de sus hogares genera resentimiento y conflicto interno que puede durar generaciones. ¿Es esto paz? O, como suele suceder en los cómics, ¿es simplemente un disfraz de algo que tarde o temprano estallará?
Aquí es donde las filosofías de héroes y villanos encuentran su resonancia. Un héroe, guiado por el ideal de justicia, podría arriesgar esa calma para restaurar los derechos de los desplazados, incluso si eso significa alterar la estabilidad actual. Un villano, en cambio, podría justificar el desalojo argumentando que el sacrificio de unos pocos garantiza la paz para la mayoría. Ambos creen actuar por un bien superior, pero su visión de lo que ese bien significa es radicalmente distinta.
La filosofía clásica nos brinda más herramientas para analizar este conflicto. Aristóteles consideraba que la justicia era la virtud suprema porque garantizaba el bien común. Para él, cualquier paz que no estuviera cimentada en la justicia sería como construir un edificio sobre arena. Las tensiones ocultas eventualmente saldrían a la superficie, destruyendo la fachada de armonía.
Sin embargo, Thomas Hobbes, el filósofo del caos, veía las cosas de otro modo. En su obra Leviatán, describió un estado de naturaleza donde los humanos vivían en constante guerra. Para él, cualquier orden, incluso uno imperfecto, era preferible al caos. Desde esta perspectiva, una paz injusta podría ser tolerable si evita el colapso total. Esta visión recuerda al villano que, enfrentado al caos, opta por mantener el status quo, aunque para ello deba pisotear ciertos principios.
En la vida cotidiana, este dilema no es menos relevante. Un empleado, por ejemplo, podría aceptar condiciones laborales injustas para evitar enfrentarse a su jefe o perder su empleo. Esta decisión le da una especie de paz: mantiene su sustento y evita conflictos. Pero, como en tantas historias de origen de héroes y villanos, esa paz podría transformarse en frustración acumulada, lista para estallar en cualquier momento.
El filósofo contemporáneo Byung-Chul Han aborda este fenómeno en La sociedad de la transparencia. Según él, el afán por evitar conflictos genera un orden artificial que reprime las tensiones. Estas tensiones no desaparecen; simplemente se ocultan, transformándose en un malestar latente que, tarde o temprano, se manifiesta de manera disruptiva.
Así volvemos al dilema inicial: ¿es la justicia más importante que la paz? Tal vez la respuesta dependa del contexto. Un héroe priorizaría la justicia, incluso si eso significa sacrificar la tranquilidad del presente, porque sabe que una paz injusta es frágil y está condenada a colapsar. Un villano, por otro lado, podría argumentar que la paz, aunque imperfecta, es necesaria para evitar un caos mayor.
Entonces, querido lector, ¿con quién te identificas más? ¿Con el héroe que está dispuesto a sacrificarlo todo por justicia, o con el villano que prefiere la paz a cualquier precio? Tal vez, como en los mejores relatos, la respuesta no sea tan simple. La verdadera pregunta es: ¿qué tipo de mundo estamos dispuestos a construir? Y en ese mundo, ¿qué precio estamos dispuestos a pagar por la paz o por la justicia?