Un gato negro reposa sobre la barda a mi mano izquierda. En su mirada lleva los designios de los despojados hacia una suerte de rueda negra a las afueras de un bar y la fortuna del encuentro tras las inundaciones interiores que devoraron ciudades completas. Nina no es para nada un nombre ad hoc para un gato negro; no es Behemot, ni Hades, ni Hécate, sobre todo porque es hembra y mía, pero me evoca ese arquetipo de mujer cliché vestida de negro que acicala a su pequeña bestia.
Hace unos días, recordaba, a raíz de la anécdota de alguien más, que de niña jugaba a hacer pócimas; también escribía intenciones con las letras invertidas y decía que eran mis hechizos. Sobre mí recae la consigna de un don heredado que siempre me contó mi abuelita paterna: “que recae sobre la primera nieta no nieta de la familia”, y que no tuvo sentido hasta que cumplí los 23 años.
No soy alguien que tenga conocimiento, sino intuiciones; tampoco soy alguien que crea, aunque tampoco descarto. Me gusta aclamar a las diosas y llamar aquelarre a mi círculo íntimo, coleccionar piedras, colgar algunas en mi cuello, llevar una luna en mi anular izquierdo y aprender sobre las características de la herbolaria, aunque bendigo la ciencia cada vez que alguna infección entra en mi cuerpo.
Un amigo, quien sí tiene los ojos muy abiertos, me llama “niña bruja” y creo que ese nombre me va mejor porque juego a que sé y sé muy poco en realidad. Sigo siendo esa niña que toca tierra a través de una obsidiana, que se descalza y declama las palabras intencionadas, que siente a la gente cerca o lejos, bien o en el abismo. No sé cómo es que sé las cosas, pero las sé: esa es la herencia de mi madre y de mi abuela.
Quienes me conocen saben que mis muertos me acompañan y no pesan, que estas fechas son mis favoritas: los colores, el olor de las flores amarillas, el copal, el mezcal para brindar con quienes vienen de visita, compartir los alimentos, beber pulque de cempaxóchitl y compartir con amor en esta línea temporal que nos permite sentir sin miedo. No importa, queridas lectoras y estimados lectores, si ustedes son creyentes de este regreso; más allá de las experiencias personales, esta fecha es perfecta para detenerse y mirar hacia atrás, recordar a quienes faltan en nuestras mesas y abrazos, decir lo que quedó pendiente (más para uno que para los demás) y tomar en nuestro rezago nuestros duelos.
En este espacio amamos el Halloween y el Día de Muertos, por eso agradezco a mis queridos Ezequiel Carlos Campos y Gonzalo Lizardo por realizar la curaduría de este especial que les regalamos, en el que encontrarán historias de ultratumba, relatos sobre visitantes, recuentos sobre la escritura fantástica que perdura en nuestros días y hasta sugerencias de cine y literatura para acompañar nuestras ofrendas y bebidas espirituosas; además, les dejamos una exquisita selección gráfica que acompaña el número.
¡Que lo disfruten! Enciendan las velitas del altar y no lo olviden: ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero