Cuando era una joven preparatoriana comencé a leer los libros de la biblioteca Roberto Cabral del Hoyo, me quedaba cerca de la escuela y de casa, no era un lugar muy amplio y por supuesto que no se comparaba con la magnitud de la Mauricio Magdaleno, pero la pequeña sección de literatura era rica, no me decepcionó una sola vez algún libro tomado de esos estantes.
Entre aquellos ejemplares tuve oportunidad de acercarme a los pensamientos de escritores que, ahora lo sé, son canónicos en la historia de la literatura, pero que en aquellos años sólo me acompañaban sin apellido ni nacionalidad a través de mi crecimiento, mis dudas y mis sueños. Aprendí con ellos distintas palabras, me acompañaron en la soledad adolescente y dialogaron conmigo en aquellos días en que una se siente incomprendida por el mundo adulto y el infantil, y es que es tan complejo habitar un limbo.
De entre aquellos volúmenes di con uno pasta dura que en sus interiores compilaba Dublineses (1914) y Retrato del artista adolescente (1916) de James Joyce; mentiría si en estos momentos intento hacer una reseña profunda de estos escritos, no recuerdo en gran medida la trama ni el fondo, pero me evoco a mí sentada en casa, caminando con el libro en el regazo, leyendo en cualquier esquina, en una banca de cantera, esperando, sin esperar, con una libreta acompañándome y los ojos bailando el vals de las palabras.
Recuerdo en primera instancia la sorpresa con lo identificada que me sentí con aquellos personajes que habían sido creados un siglo antes de mi nacimiento, recuerdo las hojas amarillas pasar entre mis dedos y las emociones agolpadas y cambiantes de la tristeza que se transime a sentirme conmovida y también un carcagaja natural disparada de mi garganta en voz alta y en medio de una biblioteca que, para mi suerte, estaba vacía ese día.
El Bloomsday es un día celebrado por lectores de Joyce el 16 de junio, en honor de Leopold Bloom, personaje principal de Ulises, y cada año en sus vísperas me invaden las ganas de unirme a esas filas de la iglesia Joyciana, pero la verdad es que conforme avanzan los días vuelvo a perder el ímpetu y la vida lectora me lleva por otros caminos lejos de esta novela que incluso sé me gustará : los senderos de la literatura son inciertos.
Sin embargo, espero que ustedes, como yo, encuentren la revelación en este especial que mis queridos Ezequiel Carlos Campos y Gonzalo Lizardo curaron como fieles devotos. Espero que relean, recuerden o comiencen con esta experiencia, que las reflexiones, críticas y anécdotas que este especial contiene los contagie con el virus como lo ha hecho conmigo. Disfruten de este especial y no olviden que juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero