SARA ANDRADE
Una de las fotos más aterradoras del siglo XXI tal vez son esas en las que una niña está firmando una bomba israelí. “De Israel con amor”, escribe, con su letra de colegiala.
Es una tradición atroz. La de pretender que ese artefacto de muerte es otra cosa más que eso, o como si con la caligrafía titubeante de una niña pudiera borrar el significado de muerte y destrucción absoluta. Es una tradición muy occidental, la de la devoción al armamento. La de besar la espada de Dios, la de firmar en el cuerpo delgado de la saeta tu nombre, como una mano proyectada hacia el enemigo. La prótesis convertida en un arma de asalto, la autoría asesina, que busca matar con la invocación de un nombre, como hacía Lord Voldemort o Sauron, villanos tan malvados que esta parecía ser la exageración que indicara su decadencia.
Y sin embargo, estos villanos parecen las fantasías de un niño al lado de los hombres y mujeres que están detrás de los escritorios que nos gobierna y que firman con indiferencia el visto bueno de las guerras que nos matan.
En la esquizofrenia que es vivir en este orden, me parece que lo peor es que nos insistan que lo que hacen está bien, que viene de un lugar de paz, que las bombas que les lanzan a los niños es por amor. Hay algo de siniestro en la idea de que la persona que te asesina piensa que lo está haciendo por un bien ulterior. La disonancia entre signo y significado se destruye por completo y nos quedamos sin palabras ni sonidos para explicar la barbarie a la que someten a sus víctimas. O, en su cabeza, a los victimarios. Porque las víctimas que se defienden son ellos, los buenos que luchan con el mal son ellos, los que mandan las ojivas nucleares con amor son ellos. Los imperios, los presidentes, los comandantes, ellos son los que más sufren, no los campesinos, los agricultores, los niños y sus madres.
En Doppelganger, Naomi Klein afirma que “el colonialismo de Israel difiere del de sus predecesores en otro aspecto. Mientras que las potencias europeas colonizaron desde una posición de fuerza y una pretensión de superioridad otorgada por Dios, la reivindicación sionista de Palestina tras el Holocausto se basó en lo contrario: en la victimización y vulnerabilidad judías”. Me parece que esto no es solo real para el caso de Israel, sino para muchos casos de violencia extrema ejercida contra otros. Los creadores de la guerra la hacen justificados por las violencias de otros países, no en el ciclo absurdo de la venganza clásica, sino a través de una excusa de vulnerabilidad.
Vuelvo un poco, en la microescala, a la bomba hechiza que explotó una noche en la Feria de Zacatecas y en las narcomantas que aparecieron en los puentes. Los narcos nos aseguraban que ellos no habían sido, que ellos protegen a la gente, que son otros, grupos más peligrosos, los que siembran el terror. Es un engaño, pero leemos las palabras y no podemos evitar pensar en que ellos no son más que pobres víctimas de otras violencias y que las bombas y las balas que nos arrojan las hacen por amor a nosotros, los hombres y mujeres y niños que quieren ir por un algodón de azúcar a la feria y que acaban en el hospital con las piernas reventadas.