
A mis nudillos en reposo descendió la onza locuaz de tus genealogías…
David Huerta
ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
Piernicortos, refunfuñones y de ojos rasgados, mi bisabuelo y yo somos dos brotes gemelos en un lapso temporal de más de cien años, me cuentan que solía renegar del ruido ambiental y que le gustaba organizar verbenas pletóricas de vino y sorpresas, como lo disfruto yo; otra pariente, una tía abuela, aseguraba que los ojos de “rayita” se debían a las travesuras coitales de un oriental perdido en estas tierras de México con distraída rubicunda de Tlaltenango, pero su teoría choca con la verdad hispana del apellido, a menos que de Lee derivara López, pero aunque atractiva, la teoría es confusa y muy poco comprobable. La genealogía familiar es una, dada por la calamidad y en muchos casos contraria a la construcción de la personalidad. La genealogía espiritual es más bella, pues es elegible y se puede organizar según las etapas de la vida; por ejemplo, yo primero fui nieto de André Breton, primo de René Magritte, luego tuve por papá a Raymond Carver y de mamá a Marguerite Duras, ahora siento que mi abuelo es trans y se apellida Preciado. El segundo parto, ese donde nos construimos como personas, es también hermoso porque podemos elegir a los parientes, incluso de la propia familia, podemos sentirnos más apegados al tío aquel, o más hermanos del primo tal.
Uno está entre los vivos viviendo a los muertos. Al terminar el tiempo de la carne sobrevive el argumento, eso que será historia de vida, recuerdo, presencia biográfica. Los genes seguirán viajando en su nave rizomática, múltiple y egoísta a la vez, pretenderá siempre alcanzar la farsa del individuo: ese espejismo en el que la persona se construye en los otros y por los otros como personaje. Cada uno de vamos edificando con la muerte la historia individual, porque somos nuestros muertos, lo somos en el retablo del yo construido con los huesos de los abuelos que en algún momento no es ellos, sino yo: el individuo que presume fugazmente de asir la existencia, el que está “igualito a su abuelo”, o “con los mismos ojos de su mamá”, pero nada de semejanzas, soy mi abuelo, soy mi mamá, concreción de una larga correría sanguínea.
Genealogía es el título del canto breve y hermoso, que escribió Karen Salazar Mar; tan dulce como el fruto azucarado por el rayo de luz, tan eterno como la rueca de la risa rodando en la ladera, la deshojada margarita del me quiso y la querré siempre. Como todo ente inicia en el parto, pero en el segundo, en el que viene de reconocerse antigua, hebra del telar inmenso, hija de hijas, hija de madres y abuelas y bisabuelas que son espejo y fuga de su propio ser que ya no viste luto, pues sabe ya, por completo, que la muerte es el motor primordial de lo que vive, de lo que viene de la genealogía y cae en mí, en ti y en ella.
PIE DE FOTO: Karen Salazar Mar, Genealogía, Colección “Vocalibus”, Literatelia, México, 2024.