DORALI ABARCA
Yo he de haber tenido unos 8 años, porque me acuerdo bien que ya le tenía miedo a esa casa, no un miedo paranormal o de fantasmas; más bien, de las cosas que se hacían ahí adentro.
A veces, por las tardes me salía a caminar con mi abuelita o, en ese tiempo, ella me sacaba a mí de la casa. Siempre escogía o escogíamos una visita diferente. A mí me gustaba visitar a la tía Came. Ella tenía un telar para hacer rebozos de güare, me gustaba ver el proceso y había un tapanco donde me la pasaba jugando con una caminadora vieja, tenía un pasillo largo y lleno de flores, ahí me revolcaba con sus perritos.
Si nos dirigíamos a la izquierda, ya sabía a dónde íbamos a parar ese día: la casa de mi tía Lolita. Ahí me gustaba ver sus revistas de vestidos de xv, imaginando cuál elegiría yo (se me pasó rápido el gusto). Después recorría toda la casa y de vez en cuando me cruzaba a la casa del hermano de su esposo, mi tío Genaro, es que en su patio había una hamaca, tenían muchas vacas y becerros; y chocolata, una perrita que ladraba mucho. Esperaba que mi abuelita se distrajera con la plática de mi tía, su hija, para correr hacia arriba, curiosa por un rolón que en ese entonces no conocía “pásame la botella” con el volumen más alto en una bocina Sony Ericsson, ésas a las que les conectabas tu celular. La música provenía del cuarto de mi prima adolescente que caché sacando unos nuevos pasos del ahora llamado: “reguetón viejito”.
Si le dábamos todo derecho, llegábamos a donde mi papá me cuenta que se juntaba con los chamacos del barrio y media cuadra después de lxs famosxs “Bautistas”. Esos días, por lo regular, íbamos porque algo me había caído mal, no podía ser otra cosa. Esta niña tiene empacho.
Otro pasillo grande como el de la tía came, no demasiado, pero abarcaba (si mal no recuerdo) la parte de la sala, enseguida, la cocina bastante iluminada y adornada en su interior con tazas y cazuelas de barro colgadas en la pared de madera, en frente un patio pequeño. Al cruzar la primera parte; de lado derecho (o así lo recuerdo) una habitación y frente a esta, otra, pero en la primera nos deteníamos.
–Traigo a esta niña, comadre. Va a creer que creo que está empachada. Ya ve que luego les venden cada cosa en la escuela.
Doña Jacoba, o tía Jacoba cómo me acostumbraron a decirle en mi casa, era una curandera que trascendió el barrio de San Francisco, la conocía todo el pueblo. Limpiaba mal de ojo, empacho, alzaba la mollera, ésos son los tratamientos que yo llegue a conocer.
–Ándale hija, encuérate. Ahora se te va a despegar todo, ora verás.
Abrió la habitación de la derecha cruzando el patio pequeño. Me recosté con angustia en la cama, pues en la familia, mis primxs rumoraban sus experiencias yendo a casa de tía Jacoba, ahí estaba el origen de mi miedo, no mencionaban nada bonito.
Ella salió por un vaso lleno de agua pura y una cubeta, encendió un cigarrillo.
–Voltéate de panza, me indicó.
Entonces tomó agua y fumó el cigarrillo, haciendo como una especie de gárgaras sobre mi espalda, después se detenía y escupía el agua en la cubeta, ese procedimiento lo hacía varias veces. Siempre me sorprendió cómo podía mantener el humo del cigarro y hacer las gárgaras de agua al mismo tiempo, como si absorbiera lo malo de mi cuerpo, a través del agua, del fuego vuelto humo, del choque de su boca con mis vísceras.
Y de la nada un grito mío hace que mi abuelita tome mi mano, mientras se me salen unas de cocodrilo.
–Ya tronó esto, ya le despegué eso cochino que traía pegado en la panza; oí que mi tía Jacoba le imponía a mi abuelita para que ya no se preocupara por mi dolor.
–Dios se lo pague, comadre, muchas gracias por curarme a mi niña (obviamente sí le pagábamos algo).
Al regresar a casa mi abue siempre me decía que a ver cuándo volvía a comer esas cochinadas de chetos, que la próxima vez iba a dejar que me retorciera.
Doña Jacoba salvó empachos, males de ojo, molleras caídas y muchos malestares más, para mí era una maga, una mujer sabia y una madre desesperada, fue una abuela que estoy segura heredó sus saberes, como sólo las abuelas transmiten lo que saben. Tía Jacoba fue una curandera de la meseta Purépecha, en Paracho transitaba con sus dos trenzas y sus nahuas bien puestas.
Imagen: Freepik
Wow qué bonita historia, como sabes yo no nací aquí en Paracho y me encantan esas historias, me imagino que es la última generación de curanderos de los buenos, de esos que se la rifaban para todo mal que la medicina no cura y no cree jaja.
Gracias por compartir!!
Una Excelente curandera Doña Jacoba ,recordé a tu abuela chona a ti en tu infancia saludos Dorali