Edgar Anaya
En “Manto estelar”, canción del grupo mexicano de Synth-pop, las primeras palabras describen el último momento de vida, el último pensamiento que puede salir de la mente de alguien antes de pasar al “destino astral” y decididamente sentencia en el estribillo: “no sería a ti, no sería a ti, esta vez no sería a ti”. Sin embargo, olvidar de manera intencionada es recordar de otra forma y allí en la angustiosa sensación de la inevitable muerte, el convencimiento de no traer o evocar a la persona que está evidentemente plasmada en cada instante de los pensamientos resulta una condena de la que no se puede escapar. “No sería a ti”, pero allí estás, ahí estarás, por siempre y para siempre, para la eternidad.
En otro destino astral, uno imaginado en Polonia por Stanislav Lem, un viajero del espacio a bordo del Prometeo llega al final de su viaje para instalarse en la estación de investigación que orbita al planeta Solaris. Un extraño lugar compuesto por un océano iluminado por dos soles, un mar amorfo, con surcos que tiene la apariencia de un cerebro y donde este tiene entonces también, quizá no la capacidad de hacer recuerdos propios, pero sí la de encontrar una fina memoria en quien lo investiga para recordar aquello que habían olvidado, traerlo de vuelta y permanecer en la eternidad a la que el planeta invita a quedarse. De este modo, Kelvin, el recién llegado, recibe la visita de su amada, una que quizá no quiso olvidar de manera voluntaria pero de quien tuvo que prescindir en sus recuerdos cuando ésta se suicidó diez años atrás, la llegada abrupta e involuntaria de su amada es tangible, pero no como una visión, sino como una ella que está allí, frente a él, una creación de su mente o más bien una creación del planeta que materializa un recuerdo fijo de la mente de Kelvin, ese pensamiento que se “alimenta de las huellas más durables de la memoria, huellas particularmente diferenciadas”, esto quiere decir que probablemente también Kelvin, aunque se negase a hacerlo, tendría en el último latido, en la última oración, el pensamiento de la imagen de su amada Harey aunque él dijera con la voz de Alfonso Pichardo: “no sería a ti, esta vez no sería así”.
Todo esto suena a una historia de amor/desamor con la permanencia en la memoria de la imagen del ser amado. Con Kelvin hay dos cosmonautas más y el cadáver de un tercero, cada uno con un visitante que Solaris ha sacado de sus archivos de memoria para acompañarlos en su estancia en el Planeta, lo terrorífico se presenta cuando esa materialización del recuerdo pudiera ser no la efigie de lo amado sino la representación de lo temido, nada asegura que el visitante de Sartorius o el de Snaut sea un algo emotivo o querido; en sus recuerdos puede haber la huella durable del miedo, del fracaso, del terror o del trauma y ahora está haciéndoles compañía, en realidad siempre ha estado con ellos, sólo que ahora este planeta lo ha sacado de sus mentes para ponérselos enfrente, son las creaciones F, como les llaman al intentar explicárselo. Entendido de esta forma y lejos de la balada romántica, el grito de “no sería a ti, no sería a ti” se vuelve un clamor desesperado por huir a la agonía. Imagina pasar la eternidad con la persona que te aterra, que desprecias, que te hizo daño (cada uno ha hurgado en este momento, al leer estas líneas, en ese recuerdo en sus mentes de manera involuntaria) y no poder escapar de él porque al sentenciar el olvido le has traído de vuelta, convencido sí, de que esa no es la persona deseada para el destino astral, la hermosa compañía para la eternidad sabiendo que no se irá en el último latido del azul corazón…