ISIS ABIB AGUILAR SÁNCHEZ
El 19 de julio sucedió lo que muchos medios nombraron “apagón informático”, al parecer una actualización de software de una empresa de ciberseguridad que trabaja para Windows tuvo un incidente que ocasionó que alrededor de 8.5 millones de dispositivos tuvieran una pantalla congelada, entre ellos sistemas de información de bancos, hospitales y aerolíneas fueron interrumpidos, lo que ocasionó que sus servicios fueran suspendidos por varias horas. Lo sucedido evidencia la vulnerabilidad e inestabilidad que causa que una empresa concentre la operación de datos.
Pudiera escribir una columna sobre la gravedad de la monopolización y de la débil regularización del mercado a empresas trasnacionales, pero no lo voy a hacer. Ya muchas personas criticaron todo eso y de forma muy magistral. Más bien me gustaría dirigir la discusión sobre como la fragmentación de la producción provoca conductas insensibles.
Las redes sociales estaban inundadas de videos de personas sobrellevando una crisis de caída de servicios, si bien había evidencia que en algunos aeropuertos algunos músicos armonizaban los pasillos de espera y que otras personas demostraban una que otra expresión sensible. Aun así, la constante fue una catarsis de impotencia y enfado hacia el personal del servicio al cliente. En ese par de horas de pantallas congeladas había trabajadores que seguramente fueron culpados, violentados y menospreciados por un error que era totalmente ajeno a ellos.
Cuando se incumple un producto o servicio es necesario quejarse, manifestarse y organizarse en colectivo por una convicción de justicia social. No quiero ser moralista en decir que es lo que está bien o mal, sólo concientizar que el personal de servicio al cliente muchas veces la está pasando igual de mal que los clientes, puede tener incluso condiciones económicas más complicadas.
Sé que es muy molesto cuando el banco llama diario para ofrecer tarjetas, préstamos o seguros y es difícil contenerse para no responder mal a las personas que están del otro lado del teléfono. Sin embargo, hay que detenernos ¿de quién es la culpa? La respuesta puede parecer boba, pero es culpa del sistema. Lamentablemente es difícil señalar un quién. El sistema está diseñado para que el cliente no encuentre rastro de quién hizo el producto, para aparentar que son las fuerzas del mercado divinas las responsables.
Todo aquel producto que no sea realizado artesanalmente está producido por diversas manos en cada proceso. Y, en un contexto de capitalismo globalizado cada proceso se hace en diferentes lugares. Como cliente es difícil rastrear el origen de los productos y servicios. La producción está fragmentada y el personal de servicio al cliente sólo es otro ladrillo en la pared tratando de sobrellevar su jornada laboral. Es muy absurdo discutir con empleados por problemas ocasionados por personas que desconocen la realidad social de la clase trabajadora. Creo que se asemeja a las guerras, los soldados dan su vida por órdenes e intereses de alguien más. En situaciones de tensión como el pasado 19 de julio es necesario hacer tregua, la sensibilidad también es revolucionaria.