ENRIQUE GARRIDO
Conozco a grandes personas, gente inteligente, sensible, amable, talentosa, vamos, esa que vale la pena y a la cual nunca he visto físicamente, su rostro es una combinación de ceros y unos; sin embargo, tienen la empatía de compartir su alma a través de palabras. Hace unas décadas esto sería una extravagancia, pero hoy, en la era de las solicitudes de amistad, de “DM” e “inbox”, los amigos digitales se han convertido en un refugio para la sobrecarga laboral, los permanentes “pendientes” y el “hay que quedar”. También con muchas de las personas que más quiero, y que compartimos espacio dentro del Maelstrom de la productividad, se ha logrado mantener la invaluable amistad gracias a la tecnología. Atesoro grandes conversaciones durante las noches, los mensajitos de apoyo, el escuchar a través de caracteres y de memes.
Lo anterior no debería ser un problema, pues decía el principito que “sólo con el corazón podemos ver bien, lo esencial es invisible para los ojos”. Más allá del peligro de un shock diabético de la frase, dejemos varado al Principito con sus rosas y trasladémonos a lo corporal. Para el filósofo Byung-Chul Han “el otro desaparece”, lo que conlleva a una ausencia del Eros (que el coreano define como el amor más poderoso, una relación con el otro que va más allá del rendimiento y el poder, así como capaz de “sacar al uno de su infierno narcisista”, además de ser una energía que mueve pasiones y protestas). La pandemia aceleró un proceso que avanzaba inevitablemente: la era de las relaciones digitales. El contacto físico se volvió sucio y peligroso; el cerrar una conversación con el apretón de manos es sinónimo de compartir bacterias y virus. Estamos perdiendo la capacidad de tocar al otro.
Byung-Chul Han plantea que el contacto físico es fundamental para la cohesión social en una comunidad, ya que libera oxitocina, una hormona del placer que ayuda a reforzar la confianza y los vínculos. Un abrazo, o el ya mencionado apretón de manos, nos hacen sentir bien, queridos y reconocidos, pues “el contacto físico es curativo”. Ahora bien, para Han vivimos una epidemia de dolor (a todos nos duele algo, la espalda, piernas, cabeza, etcétera) derivada de nuestra realidad pobre en contacto. Al interactuar de forma digital anulamos al otro, se vuelve una pantalla, una especie de espectro, lo que conlleva a que toda esa interacción se quede atrapada en nuestro propio Ego. Por su parte, Kafka decía que los besos escritos en cartas nunca llegaban a su destino porque se los robaban fantasmas, lo que equivale a un muy mundano beso que no se siente no es beso.
Más allá del fatalismo que esto representa, considero que no podemos caer en un pesimismo, y abolir las relaciones digitales, pues como lo dije, ayuda a vincularnos en esta monstruosa realidad de distancias largas, de trastornos dismórficos corporales, de capitalismo productivo absorbente y ese café que nunca llega. En alemán existe la expresión Luftkuss, que alude a mandar un beso al aire esperando que llegue a su destino y es lo que puedo hacer por ahora. Ojalá pronto podamos ver a quienes no hemos podido, ojalá conozcamos a quienes nos han regalado unos gigas en su drive afectivo. Asimismo, seamos revolucionarios, abracemos a los que tenemos cerca, estrechemos esas manos, recuperemos el contacto, pues la oxitocina está en el aire.