MARCO ALEXANDER HERNÁNDEZ GONZÁLEZ
Ayer he nacido.
Viví todas las experiencias que son posibles vivir.
Sentí la felicidad brotar de mi pecho y recorrer mi cuello hasta llegar a una risa de esas que hacen que te duela la barriga.
Sentí la gloria al escuchar la música retumbar a todo volumen haciendo que cada hueso de mi esqueleto vibrara.
Descubrí las maravillas que a los mortales hipnotizan y hacen que deseen despertar la mañana siguiente y seguir respirando hondamente.
Probé las dulces mieles del amor de una mujer tan bella como Afrodita, sus ojos me envolvieron como el manto nocturno y sus labios me alimentaron con los más sublimes de los besos, sus brazos envolvieron mi cuerpo y me brindaron un calor acogedor y junto con ella me llevo a recorrer los confines del universo.
Después de haber vivido tanto en un solo día mi cuerpo aún tan humano como era posible escuchaba la dulce melodía del sueño y aun así, me deje llevar en el vaivén de la mano de Morfeo.
Quien diría que la desdicha alcanzaría mi débil cuerpo a la mañana siguiente.
Que con los ojos aún lagunosos sentí penosamente como la vida abandonaba mi ser
Así de la misma manera que disfrute el día y la noche anterior de la vida y sus placeres, el día comenzó sintiendo a la muerte y sus sinsabores.
Desperté aturdido cuando el más bello de los sueños fue aturdido por la más horrible de las pesadillas.
En total soledad y en los labios, los pequeños rastros de aquellos besos que me brindó aquella mujer, con cada vez más frío mientras el poco calor que aún conservaba de su cuerpo ahora ausente me abandonaba lentamente.
Aquellas alas con las que me llevo a volar ahora estaban cortadas y maltrechas, ensangrentadas como si con furia algún ser me las hubiera despedazado.
Así mientras avanzaba el día con el corazón cada vez más débil y más destrozado, probé el sufrimiento del abandono y de la soledad, bebí amargamente los venenos del mundo, mientras mi pecho se inundaba con unas lágrimas que de momento no podían salir.
Así con paso cansado, con el peso de la indiferencia sobre mi espalda, avancé por el tortuoso camino del hombre mundano y monótono, viendo con lujuria a aquellos que tenían a la suerte de su lado y envidiando no poder ser ellos debido a mi desdicha.
Una vez más, terminado el día y en etapa terminal, me recosté, en completa soledad, con una negrura abismal y un silencio estrepitoso, sólo deseaba cerrar los ojos y que la caída con la que comencé aquella mañana terminara por fin mi existencia despreciable.
Con la última fuerza que me quedaba opté por escribir esta regurgitación de palabras, con el poco brillo de una esperanza igual de moribunda que yo, de poder despedirme de ti, lector.
Sin decir más pues dentro de mí ya no queda nada.
Adiós, querido lector, fue la más divinas y la más tortuosa de las existencias haber coincidido contigo, me voy, más no te olvido, que el sepulcral silencio que ahora existe no te haga sufrir, pues con esto me he ido en paz y puedo decir con el gran placer de haber vivido un gran debut y una tristísima despedida.