Jimena Cerón
Quiero escribir, antes de terminar el año sobre una de las grandes practicas sociales con más seguidores a lo largo del mundo, la celebración del año nuevo. Según el calendario gregoriano el día 1ro de enero es considerado el primer día de año. Antiguamente el día era dedicado al Dios Jano, que justo en la mitología Romana es el Dios de los comienzos y finales, a quien se le invocaba públicamente en ese día y que tiene como he mencionado una doble función: el principio y el fin.
Si bien, el principio y el fin pueden y deben representar el paralelismo de dos dimensiones o momentos no podemos dejar de lado el transitar que existe en este principio y fin y en lo que representa para cualquier objeto de estudio en el que se quiere analizar en la transformación. Existe un término que me es bastante representativo en mi transitar por la sociología y que me parece perfectamente apropiado para señalar la tradición y la necesidad del cambio: deconstrucción.
El concepto deconstrucción tiene su origen en la corriente filosófica de manera personal con Heidegger, el Dasein, la esencia del hombre, su lógica, y el ser entendido desde lo propio. Por su parte, Derrida, usa el concepto como desmontaje de piezas intentando separar lo estipulado de lo comprendido, pues esto está delimitado por la experiencia misma de lo que se intenta comprender por sí mismo.
Las celebraciones de fin de año conllevan una lista de “deseos o propósitos” según se prefiera acoger la tradición en los que se pretende hacer una renovación de hábitos y la ilusión representativa del desear al mismo tiempo que se comen las uvas de manera simbólica representando las 12 campanadas que marcan la hora y que suenan a principio y a fin. Desde metas laborales, físicas, académicas, propósitos saludables, planes hasta milagros imposibles depositando la fe en la renovación pueden sondearse con cualquier persona en nuestra vida cotidiana dejando huella del representar de nuestras tradiciones.
Las interpretaciones son variadas según las necesidades y la posibilidad en que éstas puedan volverse realidad, pues si bien en palabras pudiéramos encontrar similitudes, «el lenguaje no existe más que allí donde es hablado, es decir, entre los hombres», sólo puede ser comprendido y entendido desde la particularidad al todo mismo en que pertenece y no debería de ser necesario la calendarización para llevar a cabo una constante deconstrucción de nuestro propio ser.
De manera personal puedo presumir una constante deconstrucción sin miedo al cambio, en constante movimiento y con la apertura de que lo que pienso no es absoluto ni la única verdad. Aun así, deseo y me propongo que este espacio se vuelva, en el nuevo año que iniciará en unos días, un espacio del ser que se comprenda al ser y que no se vea afectado por la incertidumbre de la verdad y lo propio o correcto, que aperture el diálogo y la imaginación sociológica, que exista la crítica y que nunca abandone el cambio.
Adiós.