Susana Sánchez
Interminable es el debate que intenta delimitar algo que escapa a formas y modelos; lenguajes y formas que emanan del vértigo, la inestabilidad, la crisis de refugio y la respuesta metafísica. De ellos, emana la contraposición de la razón y la sensibilidad, el corazón y el intelecto.
Si algo tiene el Arte, apunta Wilde, es que “Realmente lo que el Arte nos revela es la falta de plan de la Naturaleza, su extraña tosquedad, su extraordinaria monotonía, su carácter completamente inacabado”. Es en esta imperfección de la Naturaleza donde el Arte va más allá y nos revela la Vida. Es hasta que contemplamos al Arte que somos capaces de comprender la belleza que, de modo contrario, la Naturaleza no es capaz de mostrar por sí misma.
En la observación de la Naturaleza nada tiene forma ni sentido, son sólo elementos azarosos que fueron dispuestos en el espacio. No hay un más allá porque ni siquiera hay un aquí. El mundo es caótico y en cualquier momento podría llegar a su fin. El final es ahora.
El artista, cual amante, nos seduce y hace parte de un sensual coqueteo, de un reino de imaginación y fantasías, de sentido auténtico para nuestro goce, donde la espontaneidad y el fervor más desinteresados no copian al mundo. La Naturaleza carece de razón, la Vida se consume a sí misma. Por ello, “La Vida imita al Arte mucho más que el Arte a la Vida” y no al revés, porque sólo el Arte es materia consciente en la que todo se encuentra intensamente más presente que en lo incompleto de la Naturaleza.
El artista se vuelve consciente de la imperfección del mundo y “Cuanto más se analiza a la gente, menos razones se
encuentran para someterla a dicho análisis. Tarde o temprano se llega a esto que es tan terrible y universal; la naturaleza humana”. El artista así dibuja otras posibilidades que de otra manera nunca hubieran sido posibles develar, pues “Las cosas existen porque las vemos, y lo que vemos y como lo vemos depende de las artes que han influido sobre nosotros”. Ejemplo de ello, es el siguiente que Wilde da: “Schopenhauer ha estudiado el pesimismo; pero Hamlet es quien lo inventó. El mundo se ha vuelto triste porque, en el pasado, una marioneta fue melancolía. El nihilista, ese extraño mártir, que sin fe se encarama al cadalso sin entusiasmo y que pierde la vida por algo que no cree, es un puro producto literario. Lo inventó Turgueniev y más tarde lo perfeccionó Dostoyevski”. La vida es producto de la fantasía.
Aristóteles, en su Poética, pregona por el impulso a una educación sensible, connatural al hombre y a su capacidad de experimentar placer y aprender desde el placer. Complementando esto, de manera similar apunta Wilde: “Porque el fin del mentiroso, que estriba sobre todo en seducir, en encantar, en dar placer es la base misma de la sociedad civilizada, y una comida sin él, aun en las casas más ilustres, es tan pesada como una conferencia en la Royal Society, como un debate en los Incorporated Authors o como una de las comedias burlescas de Mr. Burnad”, de manera tal, que el Arte desempeña un papel tan vital, que sacrificarlo sería sacrificar a la vida misma.
El Arte ya no sólo cumple una función de superación y alivio como en Aristóteles, sino que Wilde lo califica como “verdadero fundador de las relaciones sociales”.
No obstante, el manejo de las pasiones también puede ser algo peligroso, pues “Las pasiones son, ciertamente, las causantes de que los hombres se hagan volubles y cambien en lo relativo a sus juicios, en cuanto que de ellas se siguen pesar y placer”, dice Aristóteles. Estos “movimientos del alma”, si bien no son buenos o malos en sí mismos, en manos del artista son fuerza de cambio que él lanza a los espectadores y, por ende, de la visión del mundo que se les presenta.
Nuestro accionar frente al mundo está determinado por la afección bajo la que nos encontremos. Por ello, pese a que nuestro “movimiento del alma” es una experiencia individual interiorizada, su efecto no habrá de limitarse a la esfera de lo privado, sino que, contrario a ello, nuestro mundo afectivo contribuye a la relación que establecemos frente al mundo que nos rodea. La experiencia interna determina nuestra praxis ética. La sensibilidad es política.
La exposición constante a un estado emocional determinado, una educación por habituación en la repetición del cotidiano, da como resultado no sólo una actitud y una ética frente al mundo, sino también una praxis construida desde nuestras deliberaciones y apreciaciones valorativas. Sin embargo, el problema viene de lo que Aristóteles señala: “En esta elección es donde más pesan el placer y el dolor, con su fuerza alucinatoria. Porque nosotros buscamos el placer y procuramos huir del dolor”.
Pese a esto, se trata de ser capaz de experimentar el acontecer de lo móvil, la conciencia del cambio, mediante la atestiguación de la desdicha que torna en dicha para nosotros, de sabernos sujeto, no ser aquel, pero siempre en la posibilidad de ser otro; reconocer el advenimiento de la fatalidad de la fantasía que permea a cada espacio de la existencia. Un sentido vital con mayor palpitación que la Vida.
Las certezas tambalean y sólo queda la experiencia real del Arte, “el placer proviene de ver las cosas tal cual son”, pues es sólo que al contemplarlas podemos ver lo que cada cosa es.
Wilde advierte la necesidad de reconocimiento de la forma interior, fantástica e imaginativa, alegato a la sensibilidad sobre el valor externo, lo ambiguo e inacabado del mundo, pues “si no se hace algo por refrenar o, al menos, por modificar nuestro culto monstruoso a los hechos, el arte se tornará estéril y la belleza desaparecerá a la Tierra”.