DORALI ABARCA
Que estoy fatigada de caminar entre el concreto y el humo de los coches, que es lo único que puedo respirar en este monstruo de ciudad, paso mis días de camión en camión y aún así sigo caminando, camino y camino, creyendo que mi tristeza puede ser absorbida por los sonidos que van rodeando mi andar, este paisaje que en su relleno esconde el producir de todxs nosotrxs, un andar que no para, que te obliga a no contemplar nada, pero la nada siempre es algo cuando la menciono, se hace presente.
¿En qué se ha convertido el pasaje del obrero, el pasaje del proletariado? me he preguntado mientras intervengo un estado de observadora; nos han saqueado, dejado sin nada, pero ellos lo quieren todo de nuestro lado, bosques por concreto, manantiales por empresas, humanos por máquinas ¿qué paisaje nos regresan? El hostil: caminos sin bancas, jardines con picos bien distribuidos para evitar que alguien descanse, banquetas estrechas, parques sin árboles, casas inhabitables, gentrificación, escuelas con menos árboles y más edificios, flores para adornar la ciudad, flores falsas, flores tristes. El paisaje triste de la ciudad que entristece corazones tristes.
¿Y que nos queda a lxs del campo, a lxs olvidados?
El paisaje sonoro del campo, empapado por el frote de la milpa con el cuerpo, el murmullo del viento que danza las hojas verdes, creando una sinfonía natural que acompaña el ciclo de crecimiento y cosecha. Los sonidos de las plantas flotan con la brisa, formando una partitura única que celebra la vida en sus diversas configuraciones.
En las montañas, el viento se convierte en un virtuoso invisible que juega con los relieves de la tierra. El suave susurro se transforma en un murmullo apacible cuando acaricia las laderas, mientras que en las cimas más altas se intensifica, llevando consigo el eco de la majestuosidad natural. Los árboles, testigos silentes de incontables ciclos estacionales, contribuyen con sus suspiros a esta sinfonía, marcando el pulso del tiempo en el corazón de las montañas.
En el bosque olvidado, el llanto de las hojas secas bajo los pasos es un recordatorio de la historia que yace entre los árboles. El canto de aves y el crujir de ramas viajan juntos, creando una armonía que narra la vida silvestre que encuentra refugio en la densidad del follaje. Cada sonido, desde el zumbido de insectos hasta el soplido del viento entre las hojas, compone un poema sonoro que revela la riqueza de este ecosistema olvidado.
El camino que serpentea hacia el cerro lleva consigo una sinfonía cambiante. A medida que avanzas, el revolcar de la tierra bajo tus pasos se mezcla con el contrapunto del viento entre arbustos y el canto de pájaros escondidos en la vegetación. Con cada paso, el paisaje sonoro evoluciona, revelando la diversidad acústica que acompaña el trayecto hacia las alturas. Es un viaje musical que conecta al caminante con la esencia misma del entorno, fusionando la experiencia visual con la riqueza sonora de la naturaleza en su estado más auténtico.