Emprender un viaje, aunque el camino no sea largo, para encontrar experiencias y aventuras nos invita a regresar a nuestra isla con hermosas mercancías, como bien escribe Kavafis. Traer en los bolsillos ébano, nácar y conocimientos del mundo y de nosotros mismos es la meta de todos aquellos quienes mueven un pie tras otro hasta llegar a las recónditas esquinas del mundo. A veces el viaje no necesita de atravesar los océanos o los países para ser ricos y llenar nuestros baúles de fotografías, una bebida espirituosa y buenos amigos para acompañarla.
¿Qué queda póstumo al viaje cuando se regresa a casa con los navíos quemados? La respuesta siempre será las historias y nuestras ganas de contar nuestro paso por ciudades habitadas por turistas cotidianos que siguen viendo con asombro las bellezas que adornan el barrio, los habitantes que atestiguan el andar entre las calles y nosotros, cronistas aprendices de los míticos lugares en los que no todos se acercan por miedo a encontrar cíclopes y titanes.
Gonzalo Lizardo, Ulises moderno, se fue un día de Zacatecas y regresó días después distinto, con los bolsillos llenos de perfumes, en su celular hay recuerdos y su cuaderno tiene en sí memorias que hoy nos comparte de su mítico viaje de ida y vuelta al misterioso y dual Tepito. Quienes somos mexicanos, al menos una vez en la vida, hemos escuchado de este lugar que navega de polo a polo en las reseñas de quienes se aventuran extranjeros a entrar en este umbral lleno de cultura y vida.
Hoy, aquí, Gonzalo se pone sus lentes de juglar para hablarnos no sólo de su aventura en esta isla, sino que nos sienta a reflexionar sobre la idiosincrasia de los mexicanos, nos lleva de la mano a caminar entre los murales de Daniel Manrique y nos transmite la sabiduría, que él recibió de uno de sus alumnos, el conocimiento del barrio que adorna los murales y también nos hace sentir el calorcito de hogar que se siente entre las pinceladas y la mercancía, entre el pulque y el amor por el arraigo.
Aquí hay arte, cotidianidad y lucha, pero este “aquí” se nos escapa entre los límites difuminados de una zona geográfica que todos saben dónde está, mas nadie sabe exactamente dónde comienza y termina. Sitio mítico que he llegado a pensar sólo existe en la memoria de la jungla de quienes entraron y salieron con el rostro distinto, más sonriente, unas horas más sabios, con los ojos llenos de recuerdos nuevos.
“México es el Tepito del mundo, y Tepito es la esencia de lo mexicano”, se lee en la crónica y, con esta afirmación, Gonzalo nos aborda con un montón de interrogantes que no sé si tengan más de una respuesta o ninguna. Sin embargo, después de leer esta crónica nuestros bolsillos también estarán llenos de nácar, ámbar y más preguntas, la experiencia de entrar a una isla y salir no invictos de más sabiduría y los ojos llenos de los murales de Manrique.
No olviden sus propios cuadernos y las palabras para cronicar el andar de todos los días, aunque el viaje no sea largo y apenas lo integren unos cuantos pasos. No lo olviden, ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero