Por: Alberto Avendaño
Hace tiempo que soy lector de Javier Acosta, en Zacatecas pareciera ser una lectura obligatoria para cualquiera que se introduzca en la poesía. Se habla de él como quien habla de su mascota o su mejor amigo, es decir a cualquier persona inmiscuida en el mundo de la literatura le resulta familiar y no sólo eso, el 90% de los poetas que conozco fueron sus alumnos.
La primera vez que me encontré con un libro suyo fue con aquel lejano Melodia de la i y, posteriormente me encontraría con sus versiones de poesía gringa Life happens, cinco poetas norteamericanos, los cuales, viéndolos como un corte espiritual, se podría decir que contienen gran parte de lo que el autor es en este momento. Cada que encuentro un libro de Acosta lo devoro sin pensarlo, pues es uno de los autores más interesantes dentro de la tradición mexicana, aunque la poesía mexa está llena de influencias gabachas, encuentro en Javier Acosta ecos poco explorados que van desde Charles Bernstein hasta Richard Brautigan, pero con una extraña mezcla zen que nos hace pensar “Ok, la vida es esto que va sucediendo con un curso ya planificado mientras los pajaritos se desploman.”
En esta ocasión nos entrega Viejos comiendo sopa, libro que, a mi parecer, es el más acosteano de todos. Bien podríamos medir los poemas en moras y no en sílabas o los sentimientos que evocan en pájaros y no en nostalgias de lo desconocido. En cada poema hay un pequeño Javier tejiendo un suéter para sus lectores, una palmada fraterna que motiva a querer vivir, aunque se nos muera el gato. También es un libro escrito para gentes de poesía, no sólo para aquel que necesita una palabra de aliento. Desde el primer poema encontramos pétalos regados por Basho, Acosta nos toma de la mano para invitarnos una taza de sopa con Rimbaud —Rambó, para los compas—, no le permite volar a Girondo, enseña que el viejo doctor William decía que escribir es una posición y también acusa a Paz de robarle un poema, aunque yo diría que fue el mismo Acosta quien se robó a sí mismo el poema. Pero no todo es erudición lectora, también hay reflexiones sobre cosas importantes, como la morada del alma o las conversiones coloquiales del dios Anubis.
Puedo decir que Viejos comiendo sopa es un libro para gustos variados que demuestra que la poesía no sólo es cosa de personas serias. Porque así es la vida: el primer gorrión del año viendo a viejos comer sopa; y así es la poesía: el raro destello que desprende lo que tiene el oficio de apagarse.
Javier Acosta, Viejos comiendo sopa,
Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2021.