Marifer Martínez Quintanilla
Recuerdo el primer soneto que leí de Garcilaso de la Vega, el soneto X. Memoricé la primera estrofa, pues la fuerza con la que inicia y la manera en que conjura el recuerdo me parece excepcional:
¡Oh, dulces prendas por mí mal halladas
dulces y alegres, cuando Dios quería!
juntas estáis en la memoria mía
y con ella en mi muerte conjurada.
Y el soneto continúa, hablando de los recuerdos. Esos recuerdos que siempre son, aunque no queramos verlo en su momento, arma de doble filo: ignoramos el daño que puedan causarnos en el futuro. Pero vuelvo a ese primer cuarteto o, mejor, al primer endecasílabo: “¡Oh, dulces prendas por mí mal halladas”. La prenda como los objetos que evocan a quien se ama, la prenda como metáfora de la memoria, el token, el símbolo, lo que guste el lector que sea la prenda para sí.
***
Estoy en casa de G.
Cenamos, tomamos sidra y platicamos mucho. Terminamos hablando de rupturas y superación. Lo que ella me está narrando, lo que me cuenta, me hace pensar más en un proceso de desprendimiento que de superación. Ahí está. De repente, recuerdo el soneto de Garcilaso y entiendo, por fin, por qué me llama tanto la atención ese primer verso, esas “prendas mal halladas”. No por nada se dice, aunque ya no sea tan común, “estar prendado”; es decir, estar enamorado. “Prendada de ti”. Superar es una cosa, aunque no tenga la definición; pero desprenderse, ese es otro proceso, otra cosa. Una puede superar retos, malas rachas, puede sobreponerse a ciertas pérdidas; pero luego existen rupturas que son desprendimientos, desgarraduras internas, que exhiben que la herida está dentro y no ejercida desde fuera. Que la superación ya no es un proceso que se hace con respecto a factores externos, sino que tiene que ver con algo situado muy dentro de mí misma. Deja de ser, al menos en su totalidad, un asunto de entender que el mundo fuera de mí tiene sus propias circunstancias, mecanismos; ya no se trata entonces de entender que el Otro es sujeto que dice y hace según su propia subjetividad y, entonces, hacer las paces con eso. No. Hay rupturas que te llevan a algo más complejo: a desprender del interior esas prendas que llevan el nombre de otro, la huella de otro en mí. El desprendimiento también tiene que ver con desapropiarse de algo que está unido y hay que dejarlo ir.