
MAR GARCÍA
Tan pronto enterramos a la abuela, se recostó a mi lado y me susurró dos mensajes, el primero estaba destinado a sus hijos, sabía bien que después de su muerte ya nada sería igual; el segundo era para mí, un secreto del que no puedo decir más. En los días siguientes, mientras escuchaba Colores, a mis manos llegó una versión caricaturizada del Raider Waite que me recordaba a de The Midnight Gospel, aunque las estéticas de sus ilustraciones no tuvieran nada que ver. Del enigma revelado y la sucesión de eventos futuros recuerdo los sueños en los que los arcanos se presentaron uno a uno, develando la composición simbólica de sus escenarios y protagonistas. El abrazo esotérico me llevó a trepar por las ramas del Sephiroth, a acicalar la historia de la Golden Dawn, a buscar la edición perdida de la Historia Incompleta de la Magia Ritual. Los últimos indicios apuntaban su paradero en L’Arsenal, quizás en Wells, presumiblemente había sido depositada en alguna de estas bibliotecas por Helena Von Hahn una vez que concluyeron su travesía iniciática (de Egipto al Tibet) y las posteriores amargas detracciones hacia la Sociedad Teosófica. En el momento en que la bibliotecaria de la zona restringida trazó el Pentáculo de Júpiter, la fachada de la Pierpont Morgan se mostró delante de los ejemplares encadenados. Sólo logré entrar en el edificio de Madison Avenue 225 al utilizar la operación de invisibilidad. Casi todos los manuales, incluida la Historia Incompleta de la Magia Ritual comenzaban con la misma pregunta: ¿Qué es la magia? “Lo invisible a los sentidos humanos primordiales. Un refugio cuando nada en el mundo tiene congruencia. El último lugar seguro en medio de un páramo adverso«. Crucé por el estrecho pasillo que se dispone en la entrada de la casa de la hermana de la abuela. Ya me esperaba en una de las habitaciones contiguas, con los párpados caídos, sentada en la misma posición que mantuvo los días previos a su muerte (ahora comprendo se trataba del dominio de Asana). Pasé de largo por temor a despertarla o tal vez a que me dirigiera la palabra, me siguió en otra de las tantas formas que pueden tomar los espíritus familiares, un cadáver con túnica blanca. Le dije que aún no estaba lista y salí al patio que daba al segundo piso de la casa, subí por las escaleras hacia el recibidor, en el sofá que se encontraba en medio aguardaban dos señoras de rostro desdibujado, con brusquedad me acomodaron en medio, apenas levantaba la vista, la abuela pasó a rastras frente a las tres, ahora parecía un personaje de The Midnight Gospel, con seis brazos, tres ojos y cabello amarillo, tenía la piel verde, verde oscuro. Entonces supe que Pollack, Crowley, Lévi y Worms, apenas eran la punta del iceberg.
Cada medianoche, debo abandonar mi lecho para revisar que la Historia Incompleta… siga en el estante.